domingo, 22 de agosto de 2010

Capítulo cuarenta y dos.

A pesar de todo lo que había pasado, de las últimas discusiones, enfados… seguía siendo mi mejor amiga quisiera o no. Al mirarle a la cara me sentía culpable: “Si no la hubiese echado de casa no le hubiera pasado esto…” No paraba de repetirme aquellas palabras en mi mente. Sí, me había hecho mucho daño, había estado con Pablo mientras él estaba conmigo… pero yo nunca lo quise. Ahora, después de un año es cuando me doy cuenta de que intentaba ayudarme, a su manera, pero era lo que intentaba.

Estábamos en unos de los largos pasillos de aquel hospital, Luis y yo nos habíamos quedado de piedra al verla, había sido golpeada por algo o alguien. Nadie se creería la típica excusa que la mayoría de la gente da y que nadie cree pero no le piden otra por respeto: “Me he caído por la escaleras…” Así que allí estaba yo, esperando su verdad. Mirando a sus profundos ojos empañados en lágrimas. Encogiéndoseme el corazón.

- Yo... bueno verás… ¿te acuerdas de que te dije que tenía familia aquí igual que tú? – Agachó la cabeza.

- Sí… y que además vive cerca de este hospital ¿no?

- Sí… pues resulta que esa gente no se llevan demasiado bien con mis padres y bueno, fui a preguntarles que si me podía quedar allí unas noches, después de que tú me echaras y… – Se tapó la cara con las manos, le temblaba la voz.

- Carla sigue…

- Pues que no me querían ahí. Me empezaron a insultar y a pegarme y… joder yo creo que esa no es mi familia. No he hecho nada malo para merecer esto ¿verdad?

- ¿¡Qué te hicieron qué!? Pero ¿y qué haces? Tienes que ir a denunciar cuanto antes.

- ¡No! Cuando me recupere me iré a casa y ya está. Nadie más sabrá que ha pasado esto y yo no volveré por esa casa, como ellos dijeron…

- Joder estás fatal pero bueno yo no soy nadie para decirte lo que tienes que hacer, supongo. – Miré hacia otro lado, ahora me sentía aún más culpable. Mientras yo estaba de cariñitos con Luis, ella… no quería ni pensarlo.

- Eres mi amiga… creo. Espero que puedas perdonarme algún día.

- ¡No hay nada que perdonar! Bueno sí, pero da igual, olvidado. No pienso perderte por una cosa así. ¡Somos amigas desde hace siglos!

- Gracias. – Sonrió y volvió a ponerse a llorar. – Te quiero.

- Y yo pero no quiero verte más llorar ¿ok? Voy a ayudarte con esto. ¿Cuándo te dan el alta?

- Creo que mañana, estoy en observación.

- Vale, pues mañana vengo a buscarte y te vienes a casa de mi tío otra vez. ¡Todavía nos quedan vacaciones que disfrutar! – Le sonreí y ella me abrazó.

Luis había presenciado toda la conversación pero no había dicho ni una sola palabra. Ni un simple “hola”. A él no le gustaba la gente que conseguía hacerme llorar y sentirme mal, aunque se habían caído bien en un principio. Y él, mejor que nadie sabía que yo no había olvidado tan rápidamente lo que Carla me había hecho. Pero ¿qué iba a hacer? No podía dejarla ahí… ¡joder que casi la matan! Tendría yo que averiguar y poner la denuncia.

Me despedí de Carla y la dejé en su habitación descansando. Luis y yo salimos del hospital y esperábamos en una parada de taxis, a la espera de alguno que se dignara a pasar. Luis me cogió de la mano y me la estrechó con fuerza.

- Sil, quiero llevarte a un sitio, pero no creo que estés de humor, ¿me equivoco?

- Luis yo… lo siento pero no. Quiero irme a casa e intentar dormir. No me puedo creer que le haya pasado esto a Carla.

- Ya, cosas de la vida. – Contestó secamente. – ¿Mañana tendrás algún rato libre para mí?

- Claro que sí tonto. Todo el que tú quieras. – Le sonreí.

Él también lo hizo, se acercó a mí y me besó. A mi mente acudieron pensamientos que no quería que acudieran precisamente. Cuando me fuera dentro de un escaso mes, echaría de menos todos estos momentos. Momentos en los que conseguía sacarme una sonrisa después de haberle contado todas mis comeduras de cabeza. Momentos en los que cuando me besaba mi cuerpo se inmovilizaba hipnotizada por su presencia. Hasta echaría de menos esa chulería que tiene, aunque la odie. Sé que la perfección no existe, pero si existiese, él sería una buena definición.

sábado, 14 de agosto de 2010

Capítulo cuarenta y uno.

- ¿Qué? No puede ser, tenemos que hacer algo… - Posó su mano sobre la mía, estrechándomela. Le miré y por un momento me perdí en sus ojos.

Llevábamos tres minutos escasos allí sentados y ya le había contado toda la conversación con mi madre, cuánto nos quedaba.

Tiempo. Para algunos una insignificante palabra que solo esperan que pase, ruegan a lo más preciado que tienen para que simplemente… pase, da igual el motivo, solo eso, que pase, que corra. Para otros, cada letra que forman esa pequeña palabra significa un mundo, podría ser que esa palabra fuera lo único a lo que podían atarse, al tiempo. Dos de estas últimas personas éramos nosotros, él y yo. Luchando por conseguir tiempo.

Siempre me han dicho que los amores de verano se quedan en el verano, como un recuerdo feliz al que puedes acudir en los momentos tristes o de estrés. Pero yo sinceramente, no creo que esto sea un simple capricho de verano. A veces pensaba que tal vez, como lo mío con Fer acabó y yo estaba espantosamente enamorada de él… con Luis podría pasar lo mismo, quién sabe, ¿cosas del destino? Pero me contradecía a mí misma cuando le miraba a los ojos. Cuando sabía que jamás podría encontrar a alguien que me hiciera tan feliz como lo conseguía él. Cuando mi corazón luchaba por controlarse en mi pecho…

- Luis, te quiero. – Dije sin más, por la cara que puso, le cogió por sorpresa.

- Yo también Sil, y seguro más de lo que piensas, por eso tenemos que hacer algo… ¿Y si me voy contigo? – Sonrió con cierta picardía.

- Piensa con la cabeza, ¿vas a dejar a tu abuelo aquí, acabado de salir de un coma? – Fruncí el ceño.

- Es verdad, pero es que sólo de pensar no tenerte aquí, tus besos, tus abrazos… - Había bajado la cabeza, con tono triste. Me levanté de la silla y me acerqué a él.

- A mí me pasa lo mismo créeme. Pero solo se me ocurre una cosa que hacer. – Le miré fijamente, con una media sonrisa pintada en la cara.

- ¿Qué…?

- Vivirlo. Ya sé que es muy poco tiempo… pero en vez de estar preocupándonos por ello, deberíamos ser felices, ¡somos jóvenes! – Me reí, parecía estar hablando como mi abuela.

De repente, Luis me cogió la cara con sus suaves manos y me besó con ternura, haciendo que nuestros labios se quedaran con más ganas de estar así, unidos.

- Tienes razón, vamos a empezar. – Dijo cuando paró de besarme. Yo, embobada por su seductora voz, asentí.

Salimos de la cafetería, a prisa, corriendo de un lado a otro, con muchas miradas encima, quizás tomándonos por locos por tanta felicidad en un hospital tan triste e intimidante como aquel. Pero era verdad, me encontraba feliz, alegre… nada podía romper ese momento. Decidí que mejor sería no contarle lo ocurrido con Fer, después de lo que le había dicho a él, no creía que me molestase más. Aunque sabía que estaba ocultándoselo a Luis, pero era mejor que mentirle, ¿no?

Corríamos tanto que, no vimos a una chica demasiado delgada que se encontraba de espaldas y nos tropezamos con ella.

- Perdona, no te hemos visto. – Le dije eufórica.

La chica se levantó del suelo y se colocó el pelo detrás de la oreja… No me lo podía creer. ¡Era Carla! ¿Qué demonios le había pasado? Tenía la cara cubierta de moratones, incluso un ojo hinchado… y la veía mucho más delgada. En su cara se podía apreciar también, lágrimas que corrían por su cara.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Capítulo cuarenta.

Segundos. Minutos. Horas. No sabía cuánto tiempo había pasado desde la conversación con Fer, o desde que mi madre se había ido. Perdí la noción del tiempo allí sentada, esperando a que saliese Luis, necesitaba hablar con él, perderme en sus brazos. Pero él no aparecía por ningún lado.

Me decidí a buscar alguna cafetería en aquel enorme hospital. No comía desde el día anterior. Por el camino tenía que pasar por delante de la habitación dónde estaba el abuelo de Luis. Me paré en frente de la puerta. La abrí.

- ¿Luis? ¿Estás aquí? – Pregunté en voz baja, intentando no romper el silencio sepulcral de aquel sitio.
- No, se ha ido a casa. Bueno primero a buscar a alguien… - Una voz ronca provenía de detrás de una cortina corrida.
Me acerqué y asomé la cabeza con timidez.
- Eh hola, me alegro de que esté bien. – Sonreí.
- Oh eres tú. Gracias hija. Ya ves, estoy hecho de piedra. – Me devolvió la sonrisa. - ¿Cuánto llevas aquí?
- He perdido la cuenta de las horas… ¿Sabe dónde puede estar Luis? Tiene el móvil apagado.
- Es a ti a quien ha ido a buscar ¿verdad? No lo sé, en la cafetería quizás.
- Sí, espero que se a mí. – Reí. – Vale, gracias. Y sí, ya somos novios oficialmente.
- Eso era lo que quería saber. – Rió, cansado.
- Lo sabía. – Reí con él. - Mejórese. Nos vemos pronto.

Salí de la habitación con una sonrisa estampada en la cara. Se notaba que Luis era familia de aquel amable hombre. Tan feliz… Acababa de salir de un coma y estaba la mar de feliz, raro ¿no? Aun así, envidiaba a ese hombre. Envidiaba la forma en que se tomaba la vida, a la ligera. Porque yo, hacía un drama de todo, no conseguía ser feliz, me sentía desgraciada. En cambio él, con todos los golpes que le habría dado la vida, rebosaba felicidad por cada poro de su piel. Lo admiraba.

Sin darme cuenta, sumida en mis pensamientos, había llegado a la cafetería. Efectivamente Luis estaba ahí, ladeando la cabeza con rapidez. El corazón comenzó a latirme con fuerza nada más verlo y una fuerte punzada apareció en mi estómago. Esto eran sentimientos que con Fer simplemente, no sentía. No sé como demonios se me había pasado por la cabeza que podía echar de menos a Fer. No, imposible. Luis era el único, el amor en persona. Solo éramos él y yo.

Corrí hasta él. Llegué a sus espaldas y le tapé los ojos con mis manos, poniéndome de puntillas para poder alcanzarle.

- ¿Se puede saber a quién buscas desesperadamente? – Rió, quizás aliviado.
- Pues a una chica que se hace pasar por mi novia, está un poco loca y su novio la tiene abandonada… ¿sabes dónde puedo encontrarla?
- Ni idea. – Le quité las manos aún sonriendo. Se giró para mirarme y me besó, apasionadamente, yo le correspondí, aunque un tanto sorprendida.
- ¿Nos vamos? Mi abuelo ya está bien y me ha echado literalmente. – Sonrió.
- Claro, pero… tengo un poco de hambre. ¿Tú no?
- La verdad es que sí, ¿comemos algo ya que estamos aquí y me vas contando lo que me tenías que contar?

Me quedé de piedra. Quería contarle el poco tiempo que nos quedaba. Oh sí, aprovecharlo al máximo y también… intentar buscar más tiempo. Pero… ¿cómo se tomaría la conversación con Fer? Yo tenía muy claro que Fer ya no pintaba nada en mi vida. O eso creía.

- ¿Silvia?
- Ah, sí, claro. Vamos. – Me agarró de la mano y nos sentamos en una mesa vacía al lado de la de un chico que se encontraba solo.