domingo, 22 de agosto de 2010

Capítulo cuarenta y dos.

A pesar de todo lo que había pasado, de las últimas discusiones, enfados… seguía siendo mi mejor amiga quisiera o no. Al mirarle a la cara me sentía culpable: “Si no la hubiese echado de casa no le hubiera pasado esto…” No paraba de repetirme aquellas palabras en mi mente. Sí, me había hecho mucho daño, había estado con Pablo mientras él estaba conmigo… pero yo nunca lo quise. Ahora, después de un año es cuando me doy cuenta de que intentaba ayudarme, a su manera, pero era lo que intentaba.

Estábamos en unos de los largos pasillos de aquel hospital, Luis y yo nos habíamos quedado de piedra al verla, había sido golpeada por algo o alguien. Nadie se creería la típica excusa que la mayoría de la gente da y que nadie cree pero no le piden otra por respeto: “Me he caído por la escaleras…” Así que allí estaba yo, esperando su verdad. Mirando a sus profundos ojos empañados en lágrimas. Encogiéndoseme el corazón.

- Yo... bueno verás… ¿te acuerdas de que te dije que tenía familia aquí igual que tú? – Agachó la cabeza.

- Sí… y que además vive cerca de este hospital ¿no?

- Sí… pues resulta que esa gente no se llevan demasiado bien con mis padres y bueno, fui a preguntarles que si me podía quedar allí unas noches, después de que tú me echaras y… – Se tapó la cara con las manos, le temblaba la voz.

- Carla sigue…

- Pues que no me querían ahí. Me empezaron a insultar y a pegarme y… joder yo creo que esa no es mi familia. No he hecho nada malo para merecer esto ¿verdad?

- ¿¡Qué te hicieron qué!? Pero ¿y qué haces? Tienes que ir a denunciar cuanto antes.

- ¡No! Cuando me recupere me iré a casa y ya está. Nadie más sabrá que ha pasado esto y yo no volveré por esa casa, como ellos dijeron…

- Joder estás fatal pero bueno yo no soy nadie para decirte lo que tienes que hacer, supongo. – Miré hacia otro lado, ahora me sentía aún más culpable. Mientras yo estaba de cariñitos con Luis, ella… no quería ni pensarlo.

- Eres mi amiga… creo. Espero que puedas perdonarme algún día.

- ¡No hay nada que perdonar! Bueno sí, pero da igual, olvidado. No pienso perderte por una cosa así. ¡Somos amigas desde hace siglos!

- Gracias. – Sonrió y volvió a ponerse a llorar. – Te quiero.

- Y yo pero no quiero verte más llorar ¿ok? Voy a ayudarte con esto. ¿Cuándo te dan el alta?

- Creo que mañana, estoy en observación.

- Vale, pues mañana vengo a buscarte y te vienes a casa de mi tío otra vez. ¡Todavía nos quedan vacaciones que disfrutar! – Le sonreí y ella me abrazó.

Luis había presenciado toda la conversación pero no había dicho ni una sola palabra. Ni un simple “hola”. A él no le gustaba la gente que conseguía hacerme llorar y sentirme mal, aunque se habían caído bien en un principio. Y él, mejor que nadie sabía que yo no había olvidado tan rápidamente lo que Carla me había hecho. Pero ¿qué iba a hacer? No podía dejarla ahí… ¡joder que casi la matan! Tendría yo que averiguar y poner la denuncia.

Me despedí de Carla y la dejé en su habitación descansando. Luis y yo salimos del hospital y esperábamos en una parada de taxis, a la espera de alguno que se dignara a pasar. Luis me cogió de la mano y me la estrechó con fuerza.

- Sil, quiero llevarte a un sitio, pero no creo que estés de humor, ¿me equivoco?

- Luis yo… lo siento pero no. Quiero irme a casa e intentar dormir. No me puedo creer que le haya pasado esto a Carla.

- Ya, cosas de la vida. – Contestó secamente. – ¿Mañana tendrás algún rato libre para mí?

- Claro que sí tonto. Todo el que tú quieras. – Le sonreí.

Él también lo hizo, se acercó a mí y me besó. A mi mente acudieron pensamientos que no quería que acudieran precisamente. Cuando me fuera dentro de un escaso mes, echaría de menos todos estos momentos. Momentos en los que conseguía sacarme una sonrisa después de haberle contado todas mis comeduras de cabeza. Momentos en los que cuando me besaba mi cuerpo se inmovilizaba hipnotizada por su presencia. Hasta echaría de menos esa chulería que tiene, aunque la odie. Sé que la perfección no existe, pero si existiese, él sería una buena definición.

sábado, 14 de agosto de 2010

Capítulo cuarenta y uno.

- ¿Qué? No puede ser, tenemos que hacer algo… - Posó su mano sobre la mía, estrechándomela. Le miré y por un momento me perdí en sus ojos.

Llevábamos tres minutos escasos allí sentados y ya le había contado toda la conversación con mi madre, cuánto nos quedaba.

Tiempo. Para algunos una insignificante palabra que solo esperan que pase, ruegan a lo más preciado que tienen para que simplemente… pase, da igual el motivo, solo eso, que pase, que corra. Para otros, cada letra que forman esa pequeña palabra significa un mundo, podría ser que esa palabra fuera lo único a lo que podían atarse, al tiempo. Dos de estas últimas personas éramos nosotros, él y yo. Luchando por conseguir tiempo.

Siempre me han dicho que los amores de verano se quedan en el verano, como un recuerdo feliz al que puedes acudir en los momentos tristes o de estrés. Pero yo sinceramente, no creo que esto sea un simple capricho de verano. A veces pensaba que tal vez, como lo mío con Fer acabó y yo estaba espantosamente enamorada de él… con Luis podría pasar lo mismo, quién sabe, ¿cosas del destino? Pero me contradecía a mí misma cuando le miraba a los ojos. Cuando sabía que jamás podría encontrar a alguien que me hiciera tan feliz como lo conseguía él. Cuando mi corazón luchaba por controlarse en mi pecho…

- Luis, te quiero. – Dije sin más, por la cara que puso, le cogió por sorpresa.

- Yo también Sil, y seguro más de lo que piensas, por eso tenemos que hacer algo… ¿Y si me voy contigo? – Sonrió con cierta picardía.

- Piensa con la cabeza, ¿vas a dejar a tu abuelo aquí, acabado de salir de un coma? – Fruncí el ceño.

- Es verdad, pero es que sólo de pensar no tenerte aquí, tus besos, tus abrazos… - Había bajado la cabeza, con tono triste. Me levanté de la silla y me acerqué a él.

- A mí me pasa lo mismo créeme. Pero solo se me ocurre una cosa que hacer. – Le miré fijamente, con una media sonrisa pintada en la cara.

- ¿Qué…?

- Vivirlo. Ya sé que es muy poco tiempo… pero en vez de estar preocupándonos por ello, deberíamos ser felices, ¡somos jóvenes! – Me reí, parecía estar hablando como mi abuela.

De repente, Luis me cogió la cara con sus suaves manos y me besó con ternura, haciendo que nuestros labios se quedaran con más ganas de estar así, unidos.

- Tienes razón, vamos a empezar. – Dijo cuando paró de besarme. Yo, embobada por su seductora voz, asentí.

Salimos de la cafetería, a prisa, corriendo de un lado a otro, con muchas miradas encima, quizás tomándonos por locos por tanta felicidad en un hospital tan triste e intimidante como aquel. Pero era verdad, me encontraba feliz, alegre… nada podía romper ese momento. Decidí que mejor sería no contarle lo ocurrido con Fer, después de lo que le había dicho a él, no creía que me molestase más. Aunque sabía que estaba ocultándoselo a Luis, pero era mejor que mentirle, ¿no?

Corríamos tanto que, no vimos a una chica demasiado delgada que se encontraba de espaldas y nos tropezamos con ella.

- Perdona, no te hemos visto. – Le dije eufórica.

La chica se levantó del suelo y se colocó el pelo detrás de la oreja… No me lo podía creer. ¡Era Carla! ¿Qué demonios le había pasado? Tenía la cara cubierta de moratones, incluso un ojo hinchado… y la veía mucho más delgada. En su cara se podía apreciar también, lágrimas que corrían por su cara.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Capítulo cuarenta.

Segundos. Minutos. Horas. No sabía cuánto tiempo había pasado desde la conversación con Fer, o desde que mi madre se había ido. Perdí la noción del tiempo allí sentada, esperando a que saliese Luis, necesitaba hablar con él, perderme en sus brazos. Pero él no aparecía por ningún lado.

Me decidí a buscar alguna cafetería en aquel enorme hospital. No comía desde el día anterior. Por el camino tenía que pasar por delante de la habitación dónde estaba el abuelo de Luis. Me paré en frente de la puerta. La abrí.

- ¿Luis? ¿Estás aquí? – Pregunté en voz baja, intentando no romper el silencio sepulcral de aquel sitio.
- No, se ha ido a casa. Bueno primero a buscar a alguien… - Una voz ronca provenía de detrás de una cortina corrida.
Me acerqué y asomé la cabeza con timidez.
- Eh hola, me alegro de que esté bien. – Sonreí.
- Oh eres tú. Gracias hija. Ya ves, estoy hecho de piedra. – Me devolvió la sonrisa. - ¿Cuánto llevas aquí?
- He perdido la cuenta de las horas… ¿Sabe dónde puede estar Luis? Tiene el móvil apagado.
- Es a ti a quien ha ido a buscar ¿verdad? No lo sé, en la cafetería quizás.
- Sí, espero que se a mí. – Reí. – Vale, gracias. Y sí, ya somos novios oficialmente.
- Eso era lo que quería saber. – Rió, cansado.
- Lo sabía. – Reí con él. - Mejórese. Nos vemos pronto.

Salí de la habitación con una sonrisa estampada en la cara. Se notaba que Luis era familia de aquel amable hombre. Tan feliz… Acababa de salir de un coma y estaba la mar de feliz, raro ¿no? Aun así, envidiaba a ese hombre. Envidiaba la forma en que se tomaba la vida, a la ligera. Porque yo, hacía un drama de todo, no conseguía ser feliz, me sentía desgraciada. En cambio él, con todos los golpes que le habría dado la vida, rebosaba felicidad por cada poro de su piel. Lo admiraba.

Sin darme cuenta, sumida en mis pensamientos, había llegado a la cafetería. Efectivamente Luis estaba ahí, ladeando la cabeza con rapidez. El corazón comenzó a latirme con fuerza nada más verlo y una fuerte punzada apareció en mi estómago. Esto eran sentimientos que con Fer simplemente, no sentía. No sé como demonios se me había pasado por la cabeza que podía echar de menos a Fer. No, imposible. Luis era el único, el amor en persona. Solo éramos él y yo.

Corrí hasta él. Llegué a sus espaldas y le tapé los ojos con mis manos, poniéndome de puntillas para poder alcanzarle.

- ¿Se puede saber a quién buscas desesperadamente? – Rió, quizás aliviado.
- Pues a una chica que se hace pasar por mi novia, está un poco loca y su novio la tiene abandonada… ¿sabes dónde puedo encontrarla?
- Ni idea. – Le quité las manos aún sonriendo. Se giró para mirarme y me besó, apasionadamente, yo le correspondí, aunque un tanto sorprendida.
- ¿Nos vamos? Mi abuelo ya está bien y me ha echado literalmente. – Sonrió.
- Claro, pero… tengo un poco de hambre. ¿Tú no?
- La verdad es que sí, ¿comemos algo ya que estamos aquí y me vas contando lo que me tenías que contar?

Me quedé de piedra. Quería contarle el poco tiempo que nos quedaba. Oh sí, aprovecharlo al máximo y también… intentar buscar más tiempo. Pero… ¿cómo se tomaría la conversación con Fer? Yo tenía muy claro que Fer ya no pintaba nada en mi vida. O eso creía.

- ¿Silvia?
- Ah, sí, claro. Vamos. – Me agarró de la mano y nos sentamos en una mesa vacía al lado de la de un chico que se encontraba solo.

martes, 20 de julio de 2010

Capítulo treinta y nueve.

- Ya veo como de bien te lo pasabas sin mí anoche… - Se acercó a mí y me tendió la nota sin parar nunca de mirarme a los ojos con dureza.
- No Luis, te explico, yo te estaba esperando y como vi que no venías supuse que te habías olvidado o dormido y por eso me fui al bar y bebí, bailé como una loca y no me acuerdo de nada más… - En esto último quizás mentí un poco. – Te quería enseñar la nota para que me ayudases a descubrir si es verdad lo que pone o no… Ya sabes como es Fer, intenta siempre… joderme la vida.

Las últimas palabras habían salido de mi boca con algo de duda, porque en ese instante recordé vagamente que Fer se había pasado la noche a mi lado, ayudándome. ¿Por qué lo habría hecho? Me recordaba tanto al Fer bueno del año anterior, ese que hacía que me dieran escalofríos de pies a cabeza, ese Fer que tanto quería…

- Y si es verdad ¿qué? – Esta vez la mirada de Luis se había relajado.
- Pues no lo sé Luis, pero tranquilo, ahora no importa eso. Ahora importas tú y tu abuelo ¿vale? No te preocupes ahora de ese imbécil. – Me sonrió, aunque se le veía en la cara que estaba bastante mosqueado.
- Vale… Te quiero ¿ok? – Me besó con dulzura, yo le correspondí y al acabar cada uno se fue por su lado. Yo con mi madre y él con su abuelo.

¿Por qué ahora aparecía en mi mente la imagen de Fer? No me acordaba de ese beso, pero por alguna razón, quería recordarlo, si era cierto que sucedió. Mi móvil volvió a sonar. Miré quien era, Fer. No dudé en cogérselo.

- ¿Por qué? – Grité.
- ¿Silvia? ¿Por qué el qué?
- ¿Por qué me haces todo esto? Vienes y me dices que me quieres y luego te pillo liándote con otra, después intentas liarte con mi mejor amiga y pasas de hablarme. Y ayer, me tratas como a una reina y me besas, cosa que no recuerdo. ¿Por qué? – Tenía los ojos llorosos.
- Silvia… te dije que te quería porque era lo que sentía. No sé ni como me lié con esa, estaba demasiado borracho y tú deberías entenderme en ese aspecto, además los celos me podían cada vez que te veía con Luis… Yo no intenté liarme con Carla, ella se abalanzó encima de mí. Y anoche, te traté como una reina porque te veía tan frágil, indefensa… Tenía la obligación de cuidarte. – No daba crédito a sus palabras, ¿realmente era Fer? Las lágrimas se escapaban de mis ojos a traición.
- ¿Y el beso? – Recordé que no había mencionado nada del beso. Sentí una mano en mi hombro, me giré asustada de que fuera Luis y estuvieses escuchando toda la conversación, pero no, era Fer, con su dulce sonrisa estampada en la cara y con el móvil apoyado en ella.
- El beso te lo di porque me apetecía, nada más. No quise aprovecharme de ti, de verdad. – Colgué el móvil, puesto que ya no hacía mucha falta y él hizo lo mismo.
- No me puedes hacer esto. Ahora no. Sabes que quiero a Luis y tú… - Me sequé las lágrimas con fuerza para no dejar rastro de ellas en mi cara.
- Lo sé, te he hecho muchísimo daño y lo no sabes cuánto lo siento. Desde que te vi supe que quería estar contigo siempre. Y quiero que sepas que te esperaré lo que haga falta. Hasta que te canses de él. - ¿Cansarme de él?
- No me voy a cansar de él jamás. Me hace feliz y lo amo. Cosa que tú no creo que entiendas.

Huí, corrí. Le dejé allí plantado con la palabra en la boca. Sabía que si seguía hablando podían hechizarme sus palabras. Y no. No quería dejar a Luis por nada del mundo. Jamás.

Llegué a la sala de espera y mi madre estaba allí con una revista. Bostezando cada dos minutos. Estaba muy cansada, lo sabía. Me olvidé de todo lo que me había dicho hace poco, del mes que me quedaba. Me senté a su lado y la abracé.

- Oh ¡Silvia! – Ella me correspondió al segundo. - ¿Has visto a Luis? Su abuelo se ha despertado. Está bien.
- Lo sé mamá y quiero que te vayas a casa. Aquí ya no haces nada y yo me iré con Luis en taxi dentro de poco. – Me miró con desaprobación. – Mamá, tienes que ir a ver como está Ale y a descansar. Llevas mucho tiempo aquí. Venga vete.
- Bueno vale, pero si quieres que venga recogerte llámame ¿ok? Me voy ya. – Me dio un beso en la frente y se marchó a prisa por el pasillo. Sabía que estaba deseando que se lo dijese.

jueves, 15 de julio de 2010

Capítulo treinta y ocho.

Me equivocaba, sí había algo peor. Mucho peor. Todavía resonaban en mi cabeza las palabras de mi madre. “Un mes”. Me encontraba en el baño del hospital, sí, llorando. Esto me superaba. Mi madre me había dado la súper noticia de que en vez de dos meses, nos quedaríamos uno. Sólo uno. Nos volveríamos el once de agosto, en mi cumpleaños. ¡Toma ya! ¿Por qué? “Porque tenemos que estar más con vuestro padre, cariño. Nunca lo veis y el único tiempo es este último mes de vacaciones. Entiéndelo”. Palabras textuales de mi madre. Me importaba una mierda mi padre, había pasado de mí desde el día en que nací, y yo de él, sentimiento mutuo. “Comúnmente el padre cumple un rol muy importante dentro del desarrollo de los niños”. No. Definitivamente, no era mi padre. Sólo vivía en mi casa porque mi madre se lo pidió, son cosas diferentes. ¿Tenía que dejar aquí a Luis, al único amigo y por supuesto al único al que amaba por mi “padre”? Ni de coña, tenía que planear algo, al menos más tiempo… sólo un poco más…

De repente me vibró el bolsillo de la falda. El móvil. Miré el número, me sonaba pero no caí en quién podía ser. Contesté.

-¿Diga? – Pregunté algo confusa.
-¿Cómo estás preciosa? – Esa voz solo podía ser de alguien… Fer.
-Gracias a ti, intentando suicidarme.
-Me encanta cuando te pones así. ¿Dónde estás?
-En el hospital, sabía que me llamarías y por eso me he cortado las venas antes de tiempo. – Y colgué.

A los dos segundos volvió a llamarme. Lo intentó unas cuatro veces, ninguna se lo cogí. Cuando paró, decidí salir del baño y hablar con Luis, tenía que decirle que nos quedaba poco tiempo para… ¿Ser felices? ¿Amarnos?

Salí de allí y me fui hasta la habitación ciento cuarenta y cinco, donde estaban Luis y su abuelo. Por el camino, iba sumida en mis pensamientos, con la mirada perdida en el suelo. No me di cuenta ni de que una voz pronunciaba mi nombre.

-¡Silvia! ¿No me oyes? – Levanté la cabeza y me paré en seco. Era él. Enfrente mía, muy cerca.
-Perdona Luis, estaba… estaba pensando. – Me abrazó con fuerza.
-Te estaba buscando… - Me susurró al oído. Cuando se separó de mí pude apreciar varias lágrimas recorriendo su mejilla.
-¿Qué ha pasado? – Pregunté con demasiada seriedad.
-¡No te lo vas a creer! ¡Mi abuelo se ha despertado! Los médicos me han dicho que salga de la habitación, pero yo creo que está bien. – Me volvió a abrazar y me levantó por los aires hasta quedarme enganchada a su cintura.
-Luis, ¡me alegro muchísimo por ti! – Le besé con ternura, un beso rápido.
-¡Gracias! Gracias por estar aquí a mi lado, por aguantarme, por quererme, ¡por todo! Te debo una vida. – Esta vez me besó él, el beso que tanto esperaba, el que me dejaba sin respiración.
-Idiota no me debes nada, te quiero. – Me sonrió y me volvió a besar, esta vez duró un poco menos y me quedé con ganas de más.
-Por cierto, tu madre me ha dicho que me tienes que contar algo importante.

Me soltó de él y me dejó en el suelo con facilidad. Las dudas se apoderaron de mí. No podía contárselo. Ahora no. Estaba sumamente feliz por lo de su abuelo y no podía arrebatarle así como así su felicidad, ese brillo en los ojos que hacía que me volviese loca.

-No tranquilo, no es tan importante, luego te lo cuento ¿ok? – Le sonreí y él hizo lo mismo. – Bueno voy con mi madre que tiene que estar preocupada. Tú quédate y nos avisas de cómo está.
-Vale, te echaré de menos.- Me sonrió y me besó con dulzura.

Me disponía a irme por el pasillo que conducía hasta la sala de espera donde estaba mi madre, histérica seguramente por haber huido hasta el baño al enterarme de la gran noticia, pero Luis me frenó.

-¿Silvia? Se te ha caído esto.

Me volví y vi que Luis tenía un papel en la mano ¡Oh no! Pensé. Me toqué el bolsillo de la falda, deseando que la nota del inoportuno Fer estuviera allí, pero no.

-“Te escribo esta nota para hacerte recordar el impresionante beso… - Luis enmudeció y siguió leyendo la nota en voz baja. - ¿Me explicas esto?

Toda la emoción que había en sus ojos se había esfumado, ahora me miraba decepcionado y con rabia. ¿Qué le diría? ¿Qué me había cogido el colocón de mi vida la noche anterior y que no me acordaba de nada de lo que había hecho? ¿Qué podía ser verdad o quizás algo más que un beso? La verdadera cuestión ¿me creería?

-Luis yo… - No conseguí decir nada más. Su mirada me asustaba de verdad.

martes, 6 de julio de 2010

Capítulo treinta y siete.

Llevábamos mucho tiempo en aquel banco sentados, abrazados. Luis me había contado que su abuelo era la única persona que le quedaba en el mundo y resulta que ya estaba muy viejo, había gozado de la vida muchísimo y sobre todo, había sido muy feliz. Los padres de Luis habían desaparecido hace mucho tiempo, cuando él tenía unos doce años y nadie sabía de ellos.

- Ojalá ellos estuvieran aquí, consolándome, son egoístas al haberme dejado solo con él. – Había dicho Luis con lágrimas en los ojos.

Aunque ya había cumplido los dieciocho años hace poco, no podía dependizarse aún, no sabía como hacerlo y sobre todo, no tenía con qué hacerlo. Cuando Luis me estaba contando todo esto, sentía que el mundo se me caía encima, quería ayudarlo con todas mis fuerzas, quería hacerle saber que mi casa siempre estaba abierta para que él acudiera cuando lo necesitase pero no, me dolía mucho pero era así, mi casa estaba en otra isla y yo solo estaba allí de vacaciones.

Seguimos hablando, los dos demasiado tristes y sin tema de conversación alguno. Pensé en mi madre, ¿dónde se había metido? Hacía mucho tiempo que la había dejado atrás, en el coche, y no la había vuelto a ver. Raro, muy raro.

- Por cierto Sil, ¿al final ayer saliste? – Me preguntó Luis, alejándome de mis pensamientos, siempre lo hacía.
- Pues… sí. Y me hice amiga de Laura, me cae muy bien. – Al haber escuchado su nombre se tensó, pero yo seguí hablando. - ¿sabes? Me siento como una mierda.
- ¿Por qué? ¿Ha pasado algo? – Luis apoyó su mano encima de la mía, estrechándomela con cariño.
- Pues verás… Yo pensaba que me habías dejado plantada, como ya te dije antes. Y bueno… estaba muy bebida, de hecho todavía me duele bastante la cabeza, - sonrió. – al grano, te he roto la ventana de tu habitación. – Me mordí el labio inferior.
- ¿¡Qué!? ¿Por qué has hecho eso? – Luis me soltó la mano y me miraba con dureza.
- ¡Pues quería comprobar si te habías quedado dormido! Y quería hacer lo mismo que tú hiciste la vez que me llevaste a ver a Fer con otra… - Mientras acababa la frase, se me iba yendo la voz.
- Realmente estás loca. Pero por eso te quiero, supongo. – Sonrió como pudo y me abrazó.

Mientras lo abrazaba palpité el bolsillo de mi falda, comprobando que la nota de Fer seguía allí. Decidí contarle lo del beso más tarde. Ya tenía suficiente con todo lo que le estaba pasando y no quería hacerlo enfadar más. Esperaría a que estuviese mejor. Nos levantamos del banco y entramos en el hospital cogidos de la mano. En recepción, lo primero que vimos fue a mi madre histérica haciéndole preguntas al recepcionista.

- ¿Mamá? – Dije alzando la voz. Ella me miró. Tenía los ojos rojos, quizá de llorar, ¿por qué?
- ¡Hija cariño! ¿Dónde demonios estabas? ¡Llevo por lo menos una hora buscándote por todo el hospital! – Me abrazaba con brutalidad.
- Mamá, estaba en un banco de allá fuera con Luis… podías haberme llamado. Eres una histérica.
- Sí… ya lo sé. No quería molestar. – Se dirigió a Luis con una forzada sonrisa. – Hijo cariño, ¿qué ha pasado?
- Es mi abuelo… está en coma. – Dijo Luis agarrándome otra vez la mano.
- Oh lo siento… - Lo sentía de verdad. - ¿Quieres ir a verlo? Yo me quedaré con Silvia. – Mi madre me miró con ternura.
- Sí gracias, ¿subimos? Está en la planta tercera, en la habitación ciento cuarenta y cinco.
- Vale, vamos.

En el ascensor se hizo el silencio, un tanto incómodo por cierto. Mi madre nos miraba con curiosidad mientras Luis tenía la cabeza en otra parte. Llegamos a la habitación y antes de entrar Luis se frenó y vimos como mi madre se alejaba para sentarse en una sala de espera. Luis me miró a los ojos, esos ojos tan profundos, llenos de amor pero a la vez dolor, muchísimo dolor, hacían que me diera un escalofrío por todo el cuerpo. Me dio un beso que no parecía que fuese a acabar nunca, tampoco yo quería que lo hiciese. Mientras intentaba recuperar la respiración él se acercaba a mi cuello, dándole suaves y dulces besos, hasta llegar a mi oído.

- Vuelvo enseguida. – me susurró en el oído tiernamente, sentí que me fallaban las piernas, me hipnotizaba su voz. ¿Cómo podía ser tan asquerosamente perfecto? Lo amaba.

No me dio tiempo a contestar porque se adentró en la habitación dónde se encontraba su abuelo. Suspiré y caminé hasta donde estaba mi madre sentada en un sillón, leyendo una revista.

- Mamá si quieres te puedes ir, yo me quedaré con él. – Me senté en un sillón junto a ella.
- No tranquila, Ale y Jorge se las apañarán bien solos. Además quiero hacerte compañía. – Me sonrió dulcemente. De verdad que no la reconocía… se la veía cariñosa conmigo, feliz… incluso más guapa.
- Gracias mamá. – Nos sonreímos ampliamente. – Oye mamá, ¿qué me querías decir antes de salir de casa? No te dejé ni hablar.
- Creo que no es el momento hija, te haría daño. – Se puso un tanto seria.
- Vamos mamá, ¡no creo que sea nada peor de lo que me ha pasado! – Esto último lo dije en voz baja.