domingo, 22 de agosto de 2010

Capítulo cuarenta y dos.

A pesar de todo lo que había pasado, de las últimas discusiones, enfados… seguía siendo mi mejor amiga quisiera o no. Al mirarle a la cara me sentía culpable: “Si no la hubiese echado de casa no le hubiera pasado esto…” No paraba de repetirme aquellas palabras en mi mente. Sí, me había hecho mucho daño, había estado con Pablo mientras él estaba conmigo… pero yo nunca lo quise. Ahora, después de un año es cuando me doy cuenta de que intentaba ayudarme, a su manera, pero era lo que intentaba.

Estábamos en unos de los largos pasillos de aquel hospital, Luis y yo nos habíamos quedado de piedra al verla, había sido golpeada por algo o alguien. Nadie se creería la típica excusa que la mayoría de la gente da y que nadie cree pero no le piden otra por respeto: “Me he caído por la escaleras…” Así que allí estaba yo, esperando su verdad. Mirando a sus profundos ojos empañados en lágrimas. Encogiéndoseme el corazón.

- Yo... bueno verás… ¿te acuerdas de que te dije que tenía familia aquí igual que tú? – Agachó la cabeza.

- Sí… y que además vive cerca de este hospital ¿no?

- Sí… pues resulta que esa gente no se llevan demasiado bien con mis padres y bueno, fui a preguntarles que si me podía quedar allí unas noches, después de que tú me echaras y… – Se tapó la cara con las manos, le temblaba la voz.

- Carla sigue…

- Pues que no me querían ahí. Me empezaron a insultar y a pegarme y… joder yo creo que esa no es mi familia. No he hecho nada malo para merecer esto ¿verdad?

- ¿¡Qué te hicieron qué!? Pero ¿y qué haces? Tienes que ir a denunciar cuanto antes.

- ¡No! Cuando me recupere me iré a casa y ya está. Nadie más sabrá que ha pasado esto y yo no volveré por esa casa, como ellos dijeron…

- Joder estás fatal pero bueno yo no soy nadie para decirte lo que tienes que hacer, supongo. – Miré hacia otro lado, ahora me sentía aún más culpable. Mientras yo estaba de cariñitos con Luis, ella… no quería ni pensarlo.

- Eres mi amiga… creo. Espero que puedas perdonarme algún día.

- ¡No hay nada que perdonar! Bueno sí, pero da igual, olvidado. No pienso perderte por una cosa así. ¡Somos amigas desde hace siglos!

- Gracias. – Sonrió y volvió a ponerse a llorar. – Te quiero.

- Y yo pero no quiero verte más llorar ¿ok? Voy a ayudarte con esto. ¿Cuándo te dan el alta?

- Creo que mañana, estoy en observación.

- Vale, pues mañana vengo a buscarte y te vienes a casa de mi tío otra vez. ¡Todavía nos quedan vacaciones que disfrutar! – Le sonreí y ella me abrazó.

Luis había presenciado toda la conversación pero no había dicho ni una sola palabra. Ni un simple “hola”. A él no le gustaba la gente que conseguía hacerme llorar y sentirme mal, aunque se habían caído bien en un principio. Y él, mejor que nadie sabía que yo no había olvidado tan rápidamente lo que Carla me había hecho. Pero ¿qué iba a hacer? No podía dejarla ahí… ¡joder que casi la matan! Tendría yo que averiguar y poner la denuncia.

Me despedí de Carla y la dejé en su habitación descansando. Luis y yo salimos del hospital y esperábamos en una parada de taxis, a la espera de alguno que se dignara a pasar. Luis me cogió de la mano y me la estrechó con fuerza.

- Sil, quiero llevarte a un sitio, pero no creo que estés de humor, ¿me equivoco?

- Luis yo… lo siento pero no. Quiero irme a casa e intentar dormir. No me puedo creer que le haya pasado esto a Carla.

- Ya, cosas de la vida. – Contestó secamente. – ¿Mañana tendrás algún rato libre para mí?

- Claro que sí tonto. Todo el que tú quieras. – Le sonreí.

Él también lo hizo, se acercó a mí y me besó. A mi mente acudieron pensamientos que no quería que acudieran precisamente. Cuando me fuera dentro de un escaso mes, echaría de menos todos estos momentos. Momentos en los que conseguía sacarme una sonrisa después de haberle contado todas mis comeduras de cabeza. Momentos en los que cuando me besaba mi cuerpo se inmovilizaba hipnotizada por su presencia. Hasta echaría de menos esa chulería que tiene, aunque la odie. Sé que la perfección no existe, pero si existiese, él sería una buena definición.

sábado, 14 de agosto de 2010

Capítulo cuarenta y uno.

- ¿Qué? No puede ser, tenemos que hacer algo… - Posó su mano sobre la mía, estrechándomela. Le miré y por un momento me perdí en sus ojos.

Llevábamos tres minutos escasos allí sentados y ya le había contado toda la conversación con mi madre, cuánto nos quedaba.

Tiempo. Para algunos una insignificante palabra que solo esperan que pase, ruegan a lo más preciado que tienen para que simplemente… pase, da igual el motivo, solo eso, que pase, que corra. Para otros, cada letra que forman esa pequeña palabra significa un mundo, podría ser que esa palabra fuera lo único a lo que podían atarse, al tiempo. Dos de estas últimas personas éramos nosotros, él y yo. Luchando por conseguir tiempo.

Siempre me han dicho que los amores de verano se quedan en el verano, como un recuerdo feliz al que puedes acudir en los momentos tristes o de estrés. Pero yo sinceramente, no creo que esto sea un simple capricho de verano. A veces pensaba que tal vez, como lo mío con Fer acabó y yo estaba espantosamente enamorada de él… con Luis podría pasar lo mismo, quién sabe, ¿cosas del destino? Pero me contradecía a mí misma cuando le miraba a los ojos. Cuando sabía que jamás podría encontrar a alguien que me hiciera tan feliz como lo conseguía él. Cuando mi corazón luchaba por controlarse en mi pecho…

- Luis, te quiero. – Dije sin más, por la cara que puso, le cogió por sorpresa.

- Yo también Sil, y seguro más de lo que piensas, por eso tenemos que hacer algo… ¿Y si me voy contigo? – Sonrió con cierta picardía.

- Piensa con la cabeza, ¿vas a dejar a tu abuelo aquí, acabado de salir de un coma? – Fruncí el ceño.

- Es verdad, pero es que sólo de pensar no tenerte aquí, tus besos, tus abrazos… - Había bajado la cabeza, con tono triste. Me levanté de la silla y me acerqué a él.

- A mí me pasa lo mismo créeme. Pero solo se me ocurre una cosa que hacer. – Le miré fijamente, con una media sonrisa pintada en la cara.

- ¿Qué…?

- Vivirlo. Ya sé que es muy poco tiempo… pero en vez de estar preocupándonos por ello, deberíamos ser felices, ¡somos jóvenes! – Me reí, parecía estar hablando como mi abuela.

De repente, Luis me cogió la cara con sus suaves manos y me besó con ternura, haciendo que nuestros labios se quedaran con más ganas de estar así, unidos.

- Tienes razón, vamos a empezar. – Dijo cuando paró de besarme. Yo, embobada por su seductora voz, asentí.

Salimos de la cafetería, a prisa, corriendo de un lado a otro, con muchas miradas encima, quizás tomándonos por locos por tanta felicidad en un hospital tan triste e intimidante como aquel. Pero era verdad, me encontraba feliz, alegre… nada podía romper ese momento. Decidí que mejor sería no contarle lo ocurrido con Fer, después de lo que le había dicho a él, no creía que me molestase más. Aunque sabía que estaba ocultándoselo a Luis, pero era mejor que mentirle, ¿no?

Corríamos tanto que, no vimos a una chica demasiado delgada que se encontraba de espaldas y nos tropezamos con ella.

- Perdona, no te hemos visto. – Le dije eufórica.

La chica se levantó del suelo y se colocó el pelo detrás de la oreja… No me lo podía creer. ¡Era Carla! ¿Qué demonios le había pasado? Tenía la cara cubierta de moratones, incluso un ojo hinchado… y la veía mucho más delgada. En su cara se podía apreciar también, lágrimas que corrían por su cara.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Capítulo cuarenta.

Segundos. Minutos. Horas. No sabía cuánto tiempo había pasado desde la conversación con Fer, o desde que mi madre se había ido. Perdí la noción del tiempo allí sentada, esperando a que saliese Luis, necesitaba hablar con él, perderme en sus brazos. Pero él no aparecía por ningún lado.

Me decidí a buscar alguna cafetería en aquel enorme hospital. No comía desde el día anterior. Por el camino tenía que pasar por delante de la habitación dónde estaba el abuelo de Luis. Me paré en frente de la puerta. La abrí.

- ¿Luis? ¿Estás aquí? – Pregunté en voz baja, intentando no romper el silencio sepulcral de aquel sitio.
- No, se ha ido a casa. Bueno primero a buscar a alguien… - Una voz ronca provenía de detrás de una cortina corrida.
Me acerqué y asomé la cabeza con timidez.
- Eh hola, me alegro de que esté bien. – Sonreí.
- Oh eres tú. Gracias hija. Ya ves, estoy hecho de piedra. – Me devolvió la sonrisa. - ¿Cuánto llevas aquí?
- He perdido la cuenta de las horas… ¿Sabe dónde puede estar Luis? Tiene el móvil apagado.
- Es a ti a quien ha ido a buscar ¿verdad? No lo sé, en la cafetería quizás.
- Sí, espero que se a mí. – Reí. – Vale, gracias. Y sí, ya somos novios oficialmente.
- Eso era lo que quería saber. – Rió, cansado.
- Lo sabía. – Reí con él. - Mejórese. Nos vemos pronto.

Salí de la habitación con una sonrisa estampada en la cara. Se notaba que Luis era familia de aquel amable hombre. Tan feliz… Acababa de salir de un coma y estaba la mar de feliz, raro ¿no? Aun así, envidiaba a ese hombre. Envidiaba la forma en que se tomaba la vida, a la ligera. Porque yo, hacía un drama de todo, no conseguía ser feliz, me sentía desgraciada. En cambio él, con todos los golpes que le habría dado la vida, rebosaba felicidad por cada poro de su piel. Lo admiraba.

Sin darme cuenta, sumida en mis pensamientos, había llegado a la cafetería. Efectivamente Luis estaba ahí, ladeando la cabeza con rapidez. El corazón comenzó a latirme con fuerza nada más verlo y una fuerte punzada apareció en mi estómago. Esto eran sentimientos que con Fer simplemente, no sentía. No sé como demonios se me había pasado por la cabeza que podía echar de menos a Fer. No, imposible. Luis era el único, el amor en persona. Solo éramos él y yo.

Corrí hasta él. Llegué a sus espaldas y le tapé los ojos con mis manos, poniéndome de puntillas para poder alcanzarle.

- ¿Se puede saber a quién buscas desesperadamente? – Rió, quizás aliviado.
- Pues a una chica que se hace pasar por mi novia, está un poco loca y su novio la tiene abandonada… ¿sabes dónde puedo encontrarla?
- Ni idea. – Le quité las manos aún sonriendo. Se giró para mirarme y me besó, apasionadamente, yo le correspondí, aunque un tanto sorprendida.
- ¿Nos vamos? Mi abuelo ya está bien y me ha echado literalmente. – Sonrió.
- Claro, pero… tengo un poco de hambre. ¿Tú no?
- La verdad es que sí, ¿comemos algo ya que estamos aquí y me vas contando lo que me tenías que contar?

Me quedé de piedra. Quería contarle el poco tiempo que nos quedaba. Oh sí, aprovecharlo al máximo y también… intentar buscar más tiempo. Pero… ¿cómo se tomaría la conversación con Fer? Yo tenía muy claro que Fer ya no pintaba nada en mi vida. O eso creía.

- ¿Silvia?
- Ah, sí, claro. Vamos. – Me agarró de la mano y nos sentamos en una mesa vacía al lado de la de un chico que se encontraba solo.

martes, 20 de julio de 2010

Capítulo treinta y nueve.

- Ya veo como de bien te lo pasabas sin mí anoche… - Se acercó a mí y me tendió la nota sin parar nunca de mirarme a los ojos con dureza.
- No Luis, te explico, yo te estaba esperando y como vi que no venías supuse que te habías olvidado o dormido y por eso me fui al bar y bebí, bailé como una loca y no me acuerdo de nada más… - En esto último quizás mentí un poco. – Te quería enseñar la nota para que me ayudases a descubrir si es verdad lo que pone o no… Ya sabes como es Fer, intenta siempre… joderme la vida.

Las últimas palabras habían salido de mi boca con algo de duda, porque en ese instante recordé vagamente que Fer se había pasado la noche a mi lado, ayudándome. ¿Por qué lo habría hecho? Me recordaba tanto al Fer bueno del año anterior, ese que hacía que me dieran escalofríos de pies a cabeza, ese Fer que tanto quería…

- Y si es verdad ¿qué? – Esta vez la mirada de Luis se había relajado.
- Pues no lo sé Luis, pero tranquilo, ahora no importa eso. Ahora importas tú y tu abuelo ¿vale? No te preocupes ahora de ese imbécil. – Me sonrió, aunque se le veía en la cara que estaba bastante mosqueado.
- Vale… Te quiero ¿ok? – Me besó con dulzura, yo le correspondí y al acabar cada uno se fue por su lado. Yo con mi madre y él con su abuelo.

¿Por qué ahora aparecía en mi mente la imagen de Fer? No me acordaba de ese beso, pero por alguna razón, quería recordarlo, si era cierto que sucedió. Mi móvil volvió a sonar. Miré quien era, Fer. No dudé en cogérselo.

- ¿Por qué? – Grité.
- ¿Silvia? ¿Por qué el qué?
- ¿Por qué me haces todo esto? Vienes y me dices que me quieres y luego te pillo liándote con otra, después intentas liarte con mi mejor amiga y pasas de hablarme. Y ayer, me tratas como a una reina y me besas, cosa que no recuerdo. ¿Por qué? – Tenía los ojos llorosos.
- Silvia… te dije que te quería porque era lo que sentía. No sé ni como me lié con esa, estaba demasiado borracho y tú deberías entenderme en ese aspecto, además los celos me podían cada vez que te veía con Luis… Yo no intenté liarme con Carla, ella se abalanzó encima de mí. Y anoche, te traté como una reina porque te veía tan frágil, indefensa… Tenía la obligación de cuidarte. – No daba crédito a sus palabras, ¿realmente era Fer? Las lágrimas se escapaban de mis ojos a traición.
- ¿Y el beso? – Recordé que no había mencionado nada del beso. Sentí una mano en mi hombro, me giré asustada de que fuera Luis y estuvieses escuchando toda la conversación, pero no, era Fer, con su dulce sonrisa estampada en la cara y con el móvil apoyado en ella.
- El beso te lo di porque me apetecía, nada más. No quise aprovecharme de ti, de verdad. – Colgué el móvil, puesto que ya no hacía mucha falta y él hizo lo mismo.
- No me puedes hacer esto. Ahora no. Sabes que quiero a Luis y tú… - Me sequé las lágrimas con fuerza para no dejar rastro de ellas en mi cara.
- Lo sé, te he hecho muchísimo daño y lo no sabes cuánto lo siento. Desde que te vi supe que quería estar contigo siempre. Y quiero que sepas que te esperaré lo que haga falta. Hasta que te canses de él. - ¿Cansarme de él?
- No me voy a cansar de él jamás. Me hace feliz y lo amo. Cosa que tú no creo que entiendas.

Huí, corrí. Le dejé allí plantado con la palabra en la boca. Sabía que si seguía hablando podían hechizarme sus palabras. Y no. No quería dejar a Luis por nada del mundo. Jamás.

Llegué a la sala de espera y mi madre estaba allí con una revista. Bostezando cada dos minutos. Estaba muy cansada, lo sabía. Me olvidé de todo lo que me había dicho hace poco, del mes que me quedaba. Me senté a su lado y la abracé.

- Oh ¡Silvia! – Ella me correspondió al segundo. - ¿Has visto a Luis? Su abuelo se ha despertado. Está bien.
- Lo sé mamá y quiero que te vayas a casa. Aquí ya no haces nada y yo me iré con Luis en taxi dentro de poco. – Me miró con desaprobación. – Mamá, tienes que ir a ver como está Ale y a descansar. Llevas mucho tiempo aquí. Venga vete.
- Bueno vale, pero si quieres que venga recogerte llámame ¿ok? Me voy ya. – Me dio un beso en la frente y se marchó a prisa por el pasillo. Sabía que estaba deseando que se lo dijese.

jueves, 15 de julio de 2010

Capítulo treinta y ocho.

Me equivocaba, sí había algo peor. Mucho peor. Todavía resonaban en mi cabeza las palabras de mi madre. “Un mes”. Me encontraba en el baño del hospital, sí, llorando. Esto me superaba. Mi madre me había dado la súper noticia de que en vez de dos meses, nos quedaríamos uno. Sólo uno. Nos volveríamos el once de agosto, en mi cumpleaños. ¡Toma ya! ¿Por qué? “Porque tenemos que estar más con vuestro padre, cariño. Nunca lo veis y el único tiempo es este último mes de vacaciones. Entiéndelo”. Palabras textuales de mi madre. Me importaba una mierda mi padre, había pasado de mí desde el día en que nací, y yo de él, sentimiento mutuo. “Comúnmente el padre cumple un rol muy importante dentro del desarrollo de los niños”. No. Definitivamente, no era mi padre. Sólo vivía en mi casa porque mi madre se lo pidió, son cosas diferentes. ¿Tenía que dejar aquí a Luis, al único amigo y por supuesto al único al que amaba por mi “padre”? Ni de coña, tenía que planear algo, al menos más tiempo… sólo un poco más…

De repente me vibró el bolsillo de la falda. El móvil. Miré el número, me sonaba pero no caí en quién podía ser. Contesté.

-¿Diga? – Pregunté algo confusa.
-¿Cómo estás preciosa? – Esa voz solo podía ser de alguien… Fer.
-Gracias a ti, intentando suicidarme.
-Me encanta cuando te pones así. ¿Dónde estás?
-En el hospital, sabía que me llamarías y por eso me he cortado las venas antes de tiempo. – Y colgué.

A los dos segundos volvió a llamarme. Lo intentó unas cuatro veces, ninguna se lo cogí. Cuando paró, decidí salir del baño y hablar con Luis, tenía que decirle que nos quedaba poco tiempo para… ¿Ser felices? ¿Amarnos?

Salí de allí y me fui hasta la habitación ciento cuarenta y cinco, donde estaban Luis y su abuelo. Por el camino, iba sumida en mis pensamientos, con la mirada perdida en el suelo. No me di cuenta ni de que una voz pronunciaba mi nombre.

-¡Silvia! ¿No me oyes? – Levanté la cabeza y me paré en seco. Era él. Enfrente mía, muy cerca.
-Perdona Luis, estaba… estaba pensando. – Me abrazó con fuerza.
-Te estaba buscando… - Me susurró al oído. Cuando se separó de mí pude apreciar varias lágrimas recorriendo su mejilla.
-¿Qué ha pasado? – Pregunté con demasiada seriedad.
-¡No te lo vas a creer! ¡Mi abuelo se ha despertado! Los médicos me han dicho que salga de la habitación, pero yo creo que está bien. – Me volvió a abrazar y me levantó por los aires hasta quedarme enganchada a su cintura.
-Luis, ¡me alegro muchísimo por ti! – Le besé con ternura, un beso rápido.
-¡Gracias! Gracias por estar aquí a mi lado, por aguantarme, por quererme, ¡por todo! Te debo una vida. – Esta vez me besó él, el beso que tanto esperaba, el que me dejaba sin respiración.
-Idiota no me debes nada, te quiero. – Me sonrió y me volvió a besar, esta vez duró un poco menos y me quedé con ganas de más.
-Por cierto, tu madre me ha dicho que me tienes que contar algo importante.

Me soltó de él y me dejó en el suelo con facilidad. Las dudas se apoderaron de mí. No podía contárselo. Ahora no. Estaba sumamente feliz por lo de su abuelo y no podía arrebatarle así como así su felicidad, ese brillo en los ojos que hacía que me volviese loca.

-No tranquilo, no es tan importante, luego te lo cuento ¿ok? – Le sonreí y él hizo lo mismo. – Bueno voy con mi madre que tiene que estar preocupada. Tú quédate y nos avisas de cómo está.
-Vale, te echaré de menos.- Me sonrió y me besó con dulzura.

Me disponía a irme por el pasillo que conducía hasta la sala de espera donde estaba mi madre, histérica seguramente por haber huido hasta el baño al enterarme de la gran noticia, pero Luis me frenó.

-¿Silvia? Se te ha caído esto.

Me volví y vi que Luis tenía un papel en la mano ¡Oh no! Pensé. Me toqué el bolsillo de la falda, deseando que la nota del inoportuno Fer estuviera allí, pero no.

-“Te escribo esta nota para hacerte recordar el impresionante beso… - Luis enmudeció y siguió leyendo la nota en voz baja. - ¿Me explicas esto?

Toda la emoción que había en sus ojos se había esfumado, ahora me miraba decepcionado y con rabia. ¿Qué le diría? ¿Qué me había cogido el colocón de mi vida la noche anterior y que no me acordaba de nada de lo que había hecho? ¿Qué podía ser verdad o quizás algo más que un beso? La verdadera cuestión ¿me creería?

-Luis yo… - No conseguí decir nada más. Su mirada me asustaba de verdad.

martes, 6 de julio de 2010

Capítulo treinta y siete.

Llevábamos mucho tiempo en aquel banco sentados, abrazados. Luis me había contado que su abuelo era la única persona que le quedaba en el mundo y resulta que ya estaba muy viejo, había gozado de la vida muchísimo y sobre todo, había sido muy feliz. Los padres de Luis habían desaparecido hace mucho tiempo, cuando él tenía unos doce años y nadie sabía de ellos.

- Ojalá ellos estuvieran aquí, consolándome, son egoístas al haberme dejado solo con él. – Había dicho Luis con lágrimas en los ojos.

Aunque ya había cumplido los dieciocho años hace poco, no podía dependizarse aún, no sabía como hacerlo y sobre todo, no tenía con qué hacerlo. Cuando Luis me estaba contando todo esto, sentía que el mundo se me caía encima, quería ayudarlo con todas mis fuerzas, quería hacerle saber que mi casa siempre estaba abierta para que él acudiera cuando lo necesitase pero no, me dolía mucho pero era así, mi casa estaba en otra isla y yo solo estaba allí de vacaciones.

Seguimos hablando, los dos demasiado tristes y sin tema de conversación alguno. Pensé en mi madre, ¿dónde se había metido? Hacía mucho tiempo que la había dejado atrás, en el coche, y no la había vuelto a ver. Raro, muy raro.

- Por cierto Sil, ¿al final ayer saliste? – Me preguntó Luis, alejándome de mis pensamientos, siempre lo hacía.
- Pues… sí. Y me hice amiga de Laura, me cae muy bien. – Al haber escuchado su nombre se tensó, pero yo seguí hablando. - ¿sabes? Me siento como una mierda.
- ¿Por qué? ¿Ha pasado algo? – Luis apoyó su mano encima de la mía, estrechándomela con cariño.
- Pues verás… Yo pensaba que me habías dejado plantada, como ya te dije antes. Y bueno… estaba muy bebida, de hecho todavía me duele bastante la cabeza, - sonrió. – al grano, te he roto la ventana de tu habitación. – Me mordí el labio inferior.
- ¿¡Qué!? ¿Por qué has hecho eso? – Luis me soltó la mano y me miraba con dureza.
- ¡Pues quería comprobar si te habías quedado dormido! Y quería hacer lo mismo que tú hiciste la vez que me llevaste a ver a Fer con otra… - Mientras acababa la frase, se me iba yendo la voz.
- Realmente estás loca. Pero por eso te quiero, supongo. – Sonrió como pudo y me abrazó.

Mientras lo abrazaba palpité el bolsillo de mi falda, comprobando que la nota de Fer seguía allí. Decidí contarle lo del beso más tarde. Ya tenía suficiente con todo lo que le estaba pasando y no quería hacerlo enfadar más. Esperaría a que estuviese mejor. Nos levantamos del banco y entramos en el hospital cogidos de la mano. En recepción, lo primero que vimos fue a mi madre histérica haciéndole preguntas al recepcionista.

- ¿Mamá? – Dije alzando la voz. Ella me miró. Tenía los ojos rojos, quizá de llorar, ¿por qué?
- ¡Hija cariño! ¿Dónde demonios estabas? ¡Llevo por lo menos una hora buscándote por todo el hospital! – Me abrazaba con brutalidad.
- Mamá, estaba en un banco de allá fuera con Luis… podías haberme llamado. Eres una histérica.
- Sí… ya lo sé. No quería molestar. – Se dirigió a Luis con una forzada sonrisa. – Hijo cariño, ¿qué ha pasado?
- Es mi abuelo… está en coma. – Dijo Luis agarrándome otra vez la mano.
- Oh lo siento… - Lo sentía de verdad. - ¿Quieres ir a verlo? Yo me quedaré con Silvia. – Mi madre me miró con ternura.
- Sí gracias, ¿subimos? Está en la planta tercera, en la habitación ciento cuarenta y cinco.
- Vale, vamos.

En el ascensor se hizo el silencio, un tanto incómodo por cierto. Mi madre nos miraba con curiosidad mientras Luis tenía la cabeza en otra parte. Llegamos a la habitación y antes de entrar Luis se frenó y vimos como mi madre se alejaba para sentarse en una sala de espera. Luis me miró a los ojos, esos ojos tan profundos, llenos de amor pero a la vez dolor, muchísimo dolor, hacían que me diera un escalofrío por todo el cuerpo. Me dio un beso que no parecía que fuese a acabar nunca, tampoco yo quería que lo hiciese. Mientras intentaba recuperar la respiración él se acercaba a mi cuello, dándole suaves y dulces besos, hasta llegar a mi oído.

- Vuelvo enseguida. – me susurró en el oído tiernamente, sentí que me fallaban las piernas, me hipnotizaba su voz. ¿Cómo podía ser tan asquerosamente perfecto? Lo amaba.

No me dio tiempo a contestar porque se adentró en la habitación dónde se encontraba su abuelo. Suspiré y caminé hasta donde estaba mi madre sentada en un sillón, leyendo una revista.

- Mamá si quieres te puedes ir, yo me quedaré con él. – Me senté en un sillón junto a ella.
- No tranquila, Ale y Jorge se las apañarán bien solos. Además quiero hacerte compañía. – Me sonrió dulcemente. De verdad que no la reconocía… se la veía cariñosa conmigo, feliz… incluso más guapa.
- Gracias mamá. – Nos sonreímos ampliamente. – Oye mamá, ¿qué me querías decir antes de salir de casa? No te dejé ni hablar.
- Creo que no es el momento hija, te haría daño. – Se puso un tanto seria.
- Vamos mamá, ¡no creo que sea nada peor de lo que me ha pasado! – Esto último lo dije en voz baja.

viernes, 2 de julio de 2010

Capítulo treinta y seis.

Once de Julio del dos mil nueve.

Dos y media de la tarde. Aire frío. Me sentía muy débil. Intenté abrir los ojos pero me pesaban los párpados. Parecía que me había pasado un camión por encima porque al principio no me podía ni mover. Lo conseguí. Abrí los ojos y me levanté, no me acordaba de absolutamente nada, me levanté de la cama y cerré la ventana. Adiós al aire frío. Me volví a sentar, ¿qué he hecho?, pensé. No estaban mis zapatos por ninguna parte, miré mis pies por debajo y vi que tenía múltiples heridas en ellos. Tenía la misma ropa con la que había salido la noche anterior y el maquillaje corrido por toda la cara, estaba horrible. Me lavé la cara. Vi mi móvil en la cama y lo cogí, una voz hablaba a través del teléfono.

“Para volver a escuchar el mensaje pulse uno…”. Era la operadora, inmediatamente pulsé uno.

“Sil, siento no haberte llamado ni nada pero es que estoy en el hospital, no puedo hablar, tengo que colgar, ya te contaré, te quiero”.

-¡Oh mierda ya me acuerdo! ¡Luis! – Dije en voz alta, me metí el móvil en el bolsillo, cogí unos zapatos y salí de mi habitación a prisa, hacia la cocina.

Sentía que la cabeza me iba a estallar. Cogí dos aspirinas y me las tomé. Espero que esto ayude, pensé.

-Cariño ¡por fin despierta! – Una voz sonó a mis espaldas, di un salto y la miré.
-¡Joder mamá no me des estos sustos! – Me volví a girar para tomarme un vaso de agua.
-Lo siento. – Rió. – Tengo que decirte algo…
-Mamá ahora no, tienes que llevarme al hospital.
-¿Qué? ¿Por qué? ¿Te pasa algo?
-No mamá, es Luis… me ha llamado y me ha dicho que está en el hospital. Por favor, ¿puedes llevarme?
-Claro hija, vamos.

Salimos fuera y miré hacia la ventana de Luis, llena de esperanza de que él estuviera allí y no en el hospital, pero no, lo único que vi fue un hueco enorme en la ventana rota. Me empezaron a invadir vagamente los recuerdos de la noche anterior, y me arrepentí de ellos.

Mi madre y yo nos subimos al coche de mi tío rápidamente y arrancó. El hospital más cerca de donde vivíamos estaba a media hora en coche, mucho tiempo. Me relajé en el incómodo asiento del coche y me puse a pensar. ¿Qué le habría pasado a Luis? Yo me enfadé con él, hasta le rompí la ventana de su habitación pensando que me había dejado plantada mientras él estaba en el hospital, tratando de localizarme y avisarme de donde estaba. Me sentí mal. Una mierda, más bien. Busqué en los bolsillos de la falda con la esperanza de que allí hubiera algo que me hiciese recordar.

Y en efecto, había algo, pero no sabía si ese era el mejor recuerdo que quería saber. Encontré un papel parecido a una servilleta en el bolsillo derecho de la falda, lo abrí y había una nota en él. La letra era inconfundible. Volví a cerrarlo, fuera lo que fuese viniendo de él seguro que había pasado algo malo… Pero tenía que recordar mis consecuencias del alcohol, saber que había hecho. Abrí el papel de nuevo y leí firme.

“Te escribo esta nota para hacerte recordar el impresionante beso que me dejaste dar en tus potentes labios en esta noche loca. PD: tómate una aspirina para la resaca. Fer”.

-¡Espero que sea broma! – Exclamé.
-¿El qué Silvia? – Mi madre me miraba extrañada.
-Nada mamá, pensaba en voz alta. – Le sonreí falsamente y volví a la nota.

¿Me habrá besado de verdad?, pensé. Me llevé dos dedos hasta mis labios. Me hubiera acordado ¿no? Y más si fue él… ¿Pero qué digo?, sacudí la cabeza con fuerza pero me arrepentí al instante porque el dolor se hizo más fuerte. Es Fer, pensé, el asqueroso de Fer, que se vaya por ahí con su noviecita Carla. Tenía que dejarle las cosas claras a ese imbécil. Me volví a meter el papel en el bolsillo.

Sin darme cuenta ya habíamos llegado al hospital y mi madre aparcaba el coche en un hueco libre que había en el aparcamiento. Según paró el motor del coche, salí disparada hacia la entrada del hospital. Iba directamente a entrar por la puerta cuando lo vi. Estaba sentado en un banco con la cara hundida en sus manos. Triste. Me aproximé hacia él despacio y cuando ya estaba a tan solo dos metros de él, me miró. Tenía los ojos rojos de llorar. Pero si él estaba bien, ¿qué hacía allí? Se levantó del banco y corrió a abrazarme y yo lo correspondí con fuerza.

-Pensé que no vendrías nunca. – Su voz era totalmente neutra.
-Lo siento, yo pensaba que tú… Y yo me enfadé y… Pero al final me enteré… tengo que contarte muchas cosas.- Conseguí decir.
-Vale, es mi abuelo, ha entrado en coma.

Comenzó a llorar, verle llorar hacía que se me rompiera el corazón en mil pedazos. Podía sentir su dolor, abrazado a mí.

-Lo siento muchísimo de verdad, ya verás como sale de esta. – Intenté calmarle sonriéndole forzadamente. Me sentí una mierda otra vez por todo lo que había hecho la noche anterior, pero sobre todo por el supuesto beso de Fer.

martes, 29 de junio de 2010

Capítulo treinta y cinco.

Tenía unas ganas tremendas de vomitar, cada vez me costaba más caminar… El único apoyo en ese momento fue Fer, que me cogía por la cintura con fuerza para evitar mi caída.

- ¿Por qué me has besado? Estoy con Luis ¿recuerdas? – Le hice una mueca y me reí.
- Tenía ganas de hacerlo… y como sé que no te vas a acordar mañana…
- Jajajaja ojalá que no.
- Por cierto, ¿dónde está Carla? La he estado buscando… - Le miré, esta vez seria.
- Ni idea, se habrá ido. Es una zorra ¿sabes? – Comencé a llorar como una niña pequeña, Fer debería de haber pensado que estaba completamente loca, primero bailando y riéndome y ahora ¿llorando? El alcohol me sienta verdaderamente mal.
- ¿Y ahora qué te pasa? Joder tienes doble personalidad.
- ¡Carla me ha jodido la vida! – Estábamos delante de mi casa ya, miré hacia la casa de Luis. - ¡Y tú me has dejado plantada! – Tiré una piedra a su ventana, tan fuerte que rompí el cristal. – Mierda.
- ¿Pero qué coño haces? Se te va la pinza tía. – Fer me agarraba del brazo alejándome hacia mi casa.

¿Por qué Luis no salía? Ni siquiera se asomaba por la ventana… ¿Y si Laura tenía razón y le había pasado algo? ¿Y si estaba en el hospital? Oh, muchas preguntas sin respuesta pasaron por mi cabeza en menos de un segundo… mientras Fer me cogía las llaves del bolsillo y abría la puerta de mi casa.

- Fer no, tengo que ver a Luis…

De pronto empecé a vomitar, Fer me apartó el pelo de la cara con cuidado y me dejó echarlo todo en unos arbustos del jardín. Jorge se iba a mosquear un poco cuando viera allí esa asquerosidad en su jardín, me importaba más bien poco. Fer sacó un clínex y me lo tendió. Me limpié la boca y tendí la mano para que me diera otro para limpiarme las lágrimas.

- ¿Ya estás mejor? – Me giré para verle la cara.
- Creo que sí… Fer gracias por todo. – Lo abracé.
- De nada… - Se apartó de mí. – Deberías darte una ducha y dormir.
- Vale. – Sonreí, le di un beso en la mejilla y entré en casa. – Buenas noches.
- Hasta luego preciosa.

Cerré la puerta y fui a mi habitación como pude. El pasillo me pareció eterno. Me chocaba contra la pared, parecía una completa estúpida pero no lo podía evitar, había pillado el colocón del siglo. Pensé en Fer, ¿por qué se había portado así de bien conmigo? Mi corazón se aceleró. Otra cosa que no podía evitar… Él había sido mi primer amor y todavía mi corazón latía con más fuerza de la normal al oír su nombre, aunque yo odiase que lo hiciera. Otro pensamiento cruzó mi mente al tirarme en la cama sin haberme quitado ni siquiera el maquillaje de la cara, Luis. Tenía que averiguar dónde estaba Luis…

Sentí un bulto en la espalda, me levanté con demasiado esfuerzo y vi que el móvil estaba allí. Oh mierda, pensé. Lo cogí y vi que tenía ocho llamadas perdidas de Luis, también había un mensaje de voz.

“Sil, siento no haberte llamado ni nada para decirte que no podía ir de fiesta, pero es que estoy en el hospital, no puedo hablar, tengo que colgar, ya te contaré, te quiero”.

jueves, 24 de junio de 2010

Capítulo treinta y cuatro.

Eran las once y quince minutos de la noche. Estaba tirada en la cama vestida para la ocasión. Falda alta azul, camisa básica y cuñas azules.

“Te llamo dentro de media hora”.

Había pasado más de dos horas desde que esas palabras salieron de la boca de Luis. Dos inmensas horas. ¿Por qué no me había llamado? Me levanté de la cama y fui hasta la ventana, en su casa todas las luces estaban apagadas. Cogí el móvil y lo llamé por octava vez en la noche. “El teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura”.

Tiré el móvil a la cama muy cabreada y salí de casa. Iba a irme de fiesta con o sin él, lo necesitaba. Caminé por las calles oscuras, nadie habitaba en ellas a aquella hora. Llegué a la avenida en menos de diez minutos, reconocí a algunas chicas que me había presentado Fer en aquel día de playa, entre ellas Laura, la ex de Luis. Me acerqué a ellas y las saludé a todas, eran cinco.

-¿Esperáis a alguien? – Pregunté.
-¡Sí a los chicos! – Me dijo Raquel, la más guapa de todas, rubia de ojos azules.
-Ah vale… - Dije desanimada, lo menos que me apetecía era ver al asqueroso de Fer.
-¿Puedo hablar contigo? – Una voz sonó a mis espaldas. Me giré y vi a Laura, con la cabeza agachada.

Asentí y fuimos a sentarnos en unas rocas, donde las olas rompían con fuerza contra ellas.

-Siento lo de esta tarde… No sabía que Luis tuviera a otra.
-Ya bueno, no pasa nada, estamos bien. – Mentí, evitándole la mirada.
-¡Me alegro! ¿No ha venido?
-Pues no… No me contesta al móvil y en su casa están todas las luces apagadas. Vamos que se ha olvidado que habíamos quedado y se ha puesto a dormir. – Dije cabreada.
-No digas eso, a lo mejor le ha pasado algo… - Laura me puso la mano en el hombro, consolándome.
-No lo creo, pero bueno da igual. ¿Vamos con ellas?
-¡Claro!

Nos levantamos de allí y fuimos dónde estaban las chicas antes pero ya no estaban allí así que entramos en el local que habíamos acordado ir, dónde sonaba la música a todo volumen. Laura y yo nos pusimos a hacer tonterías sacándonos fotos y a bailar como mejor sabíamos.

Laura me caía realmente bien y me sorprendía porque tenía una idea equivocada de cualquier ex. Pensaba que no me tragaría por celos o que me haría la vida imposible para que dejara a Luis, pero en vez de eso, nos habíamos pasado la noche juntas divirtiéndonos como nunca. Me había olvidado de que Luis me había plantado y del tema de Carla en general. Podía ser que me hubiese olvidado por la gran cantidad de alcohol que había tomado, pero fuera como fuese, me había olvidado.

Eran las cuatro de la mañana y no podía más. Me quité las cuñas y las dejé en una mesa del local y seguí bailando descalza.

-¡Tía se te va la pinza! ¿Y si te clavas algún vidrio?
-Pues me da igual. – Laura y yo nos reímos a la vez y me dejó sola para irme a buscar otra copa. Ella no había bebido casi nada.
-Mira a quien tenemos aquí, hola preciosa.
-¡Hola guapetón! – Corrí a abrazarlo. ¿Yo abrazando a Fer? Estaba muy borracha.
-Qué pena que no te acuerdes de esto mañana.
-¿De qué? – Me reí sin quererlo, efectos del alcohol. De repente me besó con intensidad, yo lo correspondí, ¿qué coño hacía? Me separé de él. – No te aproveches de mí. – Le dije poniéndole un dedo en los labios y riéndome sin parar.
-¿Yo? Para nada… - sonrió.- Te acompaño a casa, venga vamos.
-Pero yo quiero bailar… That's tonight gonna be a good night. – Me puse a cantar I gotta feeling, porque sonaba en ese momento en el local.

Fer le dijo a Laura que nos íbamos y ella se quedó con las demás. Salimos del local y yo seguía bailando como una loca, mientras Fer me miraba con esa sonrisa pícara.

miércoles, 23 de junio de 2010

Capítulo treinta y tres.

Permanecimos un rato sin articular palabra, abrazados. Pensé en el tiempo. Se suele decir que el tiempo es un suspiro, que pasa muy deprisa o que la vida se vive antes de que quieras darte cuenta. Cuánta razón. Me quedaban apenas dos meses… Dos meses intentando ser feliz sólo con él. Después todo volvería a la normalidad, la rutina. Sin nadie a quién contarle mi amargura, sin amiga.

Quería ser feliz, gritar a los cuatro vientos que era feliz y que nadie podía hacer nada para cambiarlo. Pero cuando conseguía el primer paso para serlo, alguien siempre aparecía rompiendo todos mis esquemas, llevándose todo por delante.Luis me hizo despertar de mis pensamientos. Se separó de mí un poco, pero sin soltarme.

-No sé si es momento para decirlo y tampoco sé si es muy pronto, pero sí sé lo que siento. – Se paró de repente.
-¿Qué…? No me asustes. – Me sorprendí ante la seriedad de sus palabras.
-Que te quiero Silvia, es eso. Que me duele muchísimo verte así, que parece que alguien está programando tu vida para fastidiártela, pero yo quiero verte feliz Sil, quiero ver esa tímida sonrisa como la vi él día en el que nos chocamos. – Se me había saltado una pequeña lágrima, pero Luis la cogió al vuelo. – ¡No quiero verte más llorar a menos que sea de alegría! – Reímos.
-Ahora lo hago, te quiero Luis, muchísimo. Haces que un día como hoy, se me olvide todo lo de Pablo, Carla… en fin, ¡te quiero! – Sonrió y me besó en la nariz con dulzura.

No pude aguantar más, le besé con lentitud, disfrutándolo. Él me cogió por la cintura y los dos nos fundimos en ese largo beso.

-¿Silvia…? Llevo un largo rato llamándote. – Una voz se oyó detrás de nosotros. Nos separamos rápidamente, avergonzados.
-¿Mamá? No te había oído…
-Ya me he dado cuenta. – Sonrió ampliamente. – Venga, a cenar.
-Ya voy… - Vimos como mi madre volvía a entrar en casa.
-¿Sabe lo nuestro? – Me preguntó Luis.
-Sí… se lo contó Carla… - Bajé la voz al pronunciar su nombre.

El hueco vacío que me había dejado Carla, por así llamarlo, era muy reciente. Le había dicho a Carla que me lo pensaría, ¿pensar en qué? ¿En el daño que me había hecho? No, tenía que olvidarla, fuera como fuese, tenía que hacerlo.

-¿Y se lo ha tomado bien? – Luis me miraba con sus ojazos verdes, me hipnotizaban.
-Esto… sí, después de que hemos hecho las “paces”, está todo bien. – Sonreí.
-Me alegro mucho, guapa. ¿Ves? No todo te va tan mal…
-Ya, al menos ahora tengo familia otra vez, y a ti. – Me dio un piquito dulce. – Me tengo que ir a cenar.
-Jo… ¿me visitas después? – Puso una carita de pena…
-Me tendré que escapar… ¿Y si nos vamos de fiesta por la playa? – Propuse feliz. – Así conozco gente.
-Bueno vale… Te llamo dentro de media hora, ¡vete ya! – Me besó y me soltó.

Me fui hasta la puerta de la casa de mi tío corriendo. Miré atrás y allí estaba él, mirándome con una de sus mejores sonrisas. Le dije adiós con la mano y entré en casa. Estaban todos en la mesa cenando cuando llegué a la cocina. Me senté en la silla vacía y miré el plato que tenía delante: albóndigas. Me encantaban las albóndigas, y más cómo las hacía mi madre, así, tan jugosas… En la mesa se hizo el silencio rotundo por primera vez en las vacaciones. Nada de risas ni de bromas, hasta que mi madre se dignó a romperlo.

-Cariño siento lo de tu amiga Carla, de verdad, no me esperaba para nada que te hiciese eso… - Se la veía preocupada.
-Ni yo, no me queda ninguna amiga mamá.
-No digas eso, ¡tienes muchas! Además aquí harás más, ya verás.
-Sí ya veré, gracias. – Le sonreí, para que se tranquilizase.

Esa fue la única conversación en la cena. Ale seguía enfadado por lo que yo le había dicho antes, ya le pediría perdón en otro momento. Jorge no lo sé, pero casi nunca dirigía la palabra. Y mi madre tenía mejores cosas en las que pensar, por ejemplo, dónde estaría mi padre en ese momento.

Salí de la cocina al acabar de lavar todos los platos y me dirigí hasta el salón. Mi madre estaba allí, viendo la tele. El momento perfecto.

-Mamá ¿puedo salir esta noche con Luis? No llegaré tarde. – Mi madre me miró y asintió.
-Claro Silvia, además te hace falta, ¡diviértete!

Me quedé en estado de shock. Qué fácil ¿no? Esto de la reconciliación fue buena idea, pensé.

-Gracias. – Le susurré en voz baja, tanto que ni siquiera me oyó.

lunes, 21 de junio de 2010

Capítulo treinta y dos.

- ¿Por qué Carla? ¿¡Por qué!? – Estaba llorando, sí, ella siempre me hacía llorar. ¿No se supone que las amigas siempre te hacen reír en todo momento? O al menos, ¿sentirte bien junto a ellas?
- Silvia relájate, ya te he dicho que solo fue una vez…
- Si has venido a joderme la vida, lo has conseguido, coge tus cosas y márchate ¡ya!

Le estaba gritando muchísimo, tanto que los vecinos que estaban a punto de cenar, puesto que eran las ocho de la tarde, se asomaron por las ventanas e incluso hubo uno que salió por la puerta. Estaba montando un espectáculo en toda regla pero no me importaba en absoluto. También vi a Luis salir de su casa y cruzar la calle para llegar a la mía.

- ¿Qué pasa aquí? ¿Sil estás bien? – Luis se aproximó a mí a paso ligero y me dio un dulce beso en los labios.
- Vaya, este parece ser tu próxima víctima. Lo siento por ti amigo. – Pablo rió, imbécil.
- ¿Quién coño eres tú? – Dijo Luis furioso.
- Un amigo de Silvia. – sonrió. - ¿Carla qué vas a hacer?
- Largarse, entra y coge todo ¡joder!
- Silvia por favor… perdóname. – Tenía una cara de falsa impresionante. ¿Al menos podría fingir un poco no?

Le dije mil y una veces a Carla que se fuera. Al final me hizo caso y entró en casa para meter todo en su gran maleta. Yo no paraba de llorar, me dolía mucho, mucho no, bastante. Era la única amiga que tenía de verdad, o eso creía. Tenía muchas conocidas, de esas con las que pasas una tarde fenomenal sacándote fotos y riéndote, pero cuando te pasa algo y estás realmente mal, no te hacen ningún caso y eligen a otra con la que sacarse fotos y reírse. De esas muchísimas. Amigas, ninguna. Sólo la tenía a ella y ahora, no me quedaba nada. Nada.

Carla también empezó a llorar desconsoladamente, oh, ¡pero si tenía sentimientos! Le había perdonado muchas cosas, había dejado pasar sus tonterías de adolescentes, sus bromas. Pero esta última semana, no podía. Me habían pasado demasiadas cosas, cosas que me habían madurado como persona, me habían hecho entender lo durísima que es la vida, pero también había llegado a la conclusión de que la vida no es dura si las personas no la hacen dura. Y Carla, era una de ellas.

- Silvia, lo siento muchísimo. – Carla se había parado en la entrada de la puerta, y yo la seguía. – Te juro que yo no quería hacerte daño… Son cosas que pasan, sé que yo siempre he sido la que te lo ha hecho pasar mal, pero si tú me hicieras algo… te perdonaría, porque eso es lo que hacen las amigas.
- Te he perdonado muchísimas cosas y ya no puedo más Carla.
- Silvia… lo siento… - Me abrazó, pero yo no correspondí a su abrazo, lo único que se movía de mí eran las lágrimas que corrían por mis mejillas. – Perdóname. Te quiero y lo sabes. – Me soltó y se secó las lágrimas.
- Tengo mucho que pensar… - Me dirigió la última mirada, se fue y Pablo la siguió.

Comencé a llorar con más abundancia. Sabía que no la iba a ver en mucho tiempo. Me sentí observada, mi madre y mi tío seguían allí después de todo lo que había pasado, mirándome preocupados. Salí de casa, miré a todos lados y vi a Luis sentado en frente de su puerta, pobre, lo había ignorado. Me sequé las lágrimas y él fue el que vino hacia mí.

- Sé que es una pregunta estúpida pero ¿cómo estás?
- Fatal. ¿Por qué me pasa todo esto? No me queda nadie… ¡Nadie! – Lo abracé tiernamente.
- Te quedo yo… aparte de novio puedo ser amigo ¿sabes?
- Ya pero tú…
- ¿Qué pasa? Me puedes maquillar y hacer todo lo que haces con chicas si quieres… - Me reí, él sonrió pero estaba deseando que le dijera que no. Un chico tan chulito como él ¿maquillado? Ni de coña. Volví a reír imaginándomelo, pero me puse seria al instante.
- No, no. Es que yo me voy dentro de dos meses… Y no me servirás como novio ni como amigo.
- No quiero que te vayas. – Me dijo con tono triste y me abrazó con fuerza.
- Ni yo…

sábado, 19 de junio de 2010

Capítulo treinta y uno.

Seguramente se me había quedado una cara de estúpida tremenda, porque él se rió. Definitivamente era la oveja negra, pero no solo la de la familia, sino de todo en general. ¿Por qué cuando conseguía ser feliz venía alguien insignificante a fastidiarme todo? Ésta era una pregunta con difícil respuesta, difícil porque jamás nadie me la contestaría. Miré a sus profundos ojos azules que me miraban con… ¿furia? Estaba tan guapo como siempre, con su pelo oscuro despeinado… que pena que no fuese igual por dentro.

-¿Pablo…? – Lo único que conseguí decir.
-¿Está Carla aquí? - ¿Carla? ¿Por qué preguntaba por ella? Nunca se llevaron bien…
-Sí ¿por?
-Quiero hablar con ella, dile que salga. – Me miraba realmente cabreado. Me daba igual, se notaba que ninguna otra ilusa chica lo había dejado. Siempre hay una primera vez para todo ¿no? Me reí y él me miro esta vez extrañado. - ¿De qué te ríes?
-De ti.

Me seguí riendo hasta que le cerré la puerta en las narices y fui a buscar a Carla. Por el camino oí que sonaba el timbre de nuevo, pero hice caso omiso y seguí mi camino. Carla estaba tumbada en la cama con mi portátil.

-¿Me puedes explicar por qué está el capullo de Pablo en la puerta de la casa de mi tío? – Ella se sobresaltó ante mi presencia y cerró rápidamente el portátil.
-¿Cómo dices? – Se había quedado pálida.
-Lo que oyes y quiere hablar contigo. ¿Desde cuándo hablas con él?
-Pues desde hace mucho… - Se levantó de la cama y salió de la habitación, evitándome.

La seguí. Vi a Carla llegar a la puerta de la entrada y abrirla, salió de la casa y dio un portazo. Me sobresalté. Miré por la ventana que estaba justo al lado de la puerta, desde ahí se podía oír todo lo que hablaban. Bien. Nunca había sido demasiado cotilla pero la situación lo requería, quería saber qué demonios tramaban. Mi madre y mi tío me miraban con curiosidad, pero yo les hice un gesto para que guardaran silencio. Más tarde se los contaría, o no.

-¡Pablo! ¿Pero tú eres tonto? ¿Qué haces aquí? – Oí decir a Carla.
-Quería verte ¿por qué has tenido que huir hasta aquí? No tengo muchas ganas de ver a esa niñata. - ¿Esa era yo?
-Te he dicho que no me hables, ni me mires, ni me llames. No existo para ti. Además me gusta un chico de aquí.
-Dijiste que me querías y yo me lo creí.
-¡¿Qué?! – Dije gritando como una posesa. Mierda, los dos me habían oído. Intenté esconderme, pero ya era tarde. Carla se acercó a la ventana donde estaba yo.
-¿Sil? ¿Qué haces ahí? - ¿Qué qué hago? Pero será zorra la tía. Abrí la puerta con brutalidad y me la encontré de frente.
-¿Te liaste con él? ¿De qué coño vas? Primero Pablo y luego Fer… ¿Qué intentas? Eres una puta ¡joder!
-Silvia solo fue una noche y fue hace mucho tiempo… No estabas con él todavía.
-¿Una noche? Si mis cálculos no fallan, diría que cuatro. Y si, te puse los cuernos guapa. – Dijo el prepotente de Pablo.
-Carla solo has venido aquí para joderme ¿o qué? Quiero que te largues, que desaparezcas y que te pudras con tus amiguitos. ¡Ya! – Dije entre sollozos.
-Silvia no joder, que yo estaba con Javi y sabes que estaba loca por él… y también sabes como es este tío – señaló a Pablo. – Sabes lo seductor que es…
-¿Y por eso tenías que tirártelo las veces que te diera la gana mientras yo estaba con él? ¡Vete a la mierda!
-Que no, que solo fue una vez… Cuando corté con Javi, te lo juro. – Nos miramos, frente a frente.

No sabía si creerla, en menos de una semana había hecho demasiadas cosas contra mí y no sabía el porqué. ¿Envidia? No lo creo, Carla lo tenía todo, era guapa, simpática, atrevida… O eso es lo que creía yo. Quizás una amiga como yo me consideraba, solo veía las cosas buenas de la otra. En ese momento me surgieron dos grandes dudas ¿Por qué se había recorrido el mar para llegar hasta mí? ¿Por qué había venido realmente? Fuera lo que fuese, tenía que saber el porqué de toda esta situación.

domingo, 13 de junio de 2010

Capítulo treinta.

Salí de la casa de Luis y corrí hasta llegar a la mía. Toqué en la puerta y me abrió Carla, sonriente. Al ver que era yo, se abalanzó sobre mí.

-Te quiero, te quiero, te quiero. ¡Eres la mejor! – Dijo dándome besos por toda la cara sin parar.
-¡Carla para! ¿A qué viene esta felicidad? – La aparté de mí con fuerza, casi no lo consigo.
-He hablado con Fer y me ha dicho que él no quería hacerme nada que yo no quisiese y me pidió perdón. ¡Es tan mono! Hemos quedado mañana para ir a la playa.
-¡Pues me alegro por ti! Te lo dije, él en el fondo es buena persona. – Lo logré decir a duras penas, al fin y al cabo, era verdad.

Carla asintió, feliz. Se apartó para dejarme entrar y dejé mis cosas en mi habitación. Cuando salí de ella fui en busca de mi madre, pero no estaba.

-¿Qué buscas? – Una voz sonó a mis espaldas. Me giré y me encontré con Jorge, mi tío. Era la primera vez que me dirigía la palabra en todo el tiempo que llevaba allí.
-A mi madre ¿Dónde está?
-Salió poco antes de tu llegar, necesitaba “airearse”, según ella. – Pero esta mujer… ¿Para qué me llama entonces? – Pero me dijo que te diera esto. – Alcé la vista hasta él.

Rebuscó en el bolsillo de su pantalón vaquero corto y sacó algo. Pero no me pude fijar en qué era porque en ese mismo momento se abrió la puerta y me había girado para ver quién era. Ella. Me miró, tenía pequeñas lágrimas recorriendo su cara, se las secó rápidamente intentando ocultarlas, siempre tan orgullosa.

-Toma.

Jorge me tendía la mano con el puño cerrado, al abrirlo vi que era un collar. Lo cogí y lo miré con detenimiento. Era un collar que ponía “S&M”, Silvia y Marta, en letras grandes y con una flor pequeña en la M. Detrás ponía la fecha de nacimiento de ella. Sí, lo recordaba bien, se lo había regalado en su primer cumpleaños y desde entonces, lo llevaba siempre. Se me humedecieron los ojos. La echaba muchísimo de menos, con tan pequeña edad y hacía que un día gris se convirtiera en uno lleno de alegría. Joder, ¿Por qué ella y no yo?

-Seguro que ella querría que lo tuvieses. – Mi madre apareció detrás de mí, la miré, las dos estábamos llorando, sin quererlo. Me abrazó con fuerza. – Siento todo lo que ha pasado hija.

No conseguí decir nada, solo la abracé aún con más fuerza. Nos quedamos un largo rato así, sin decir nada. Hasta que ella se decidió a romper el amargo silencio.

-Me ha comentado Carla que estás en serio con Luis… - Se separó de mí secándose las lágrimas mientras sonreía.
-Ah… sí, eso creo. – Intenté sonreír.
-¡Oh! La niñita se nos ha enamorado, que pena que viváis en islas distintas. – El idiota de mi hermano se puso delante de nosotras poniendo cara de subnormal. Como lo odiaba.
-Yo al menos tengo a alguien. – Le guiñé un ojo y miré a mi madre.
-Ale, tu hermana tiene razón. – Dijo mi tío Jorge y todos comenzamos a reírnos como locos, menos Ale claro, que se marchó de la habitación muy cabreado.

En ese momento sonó el timbre de la puerta. Les dije que iba a abrir yo. Seguramente será Luis. No hace ni media hora que nos vimos y ya viene a por mí, ¡qué mono! pensé. Corrí hacia la puerta con una sonrisa estampada en la cara. La abrí ilusionada, pero quien estaba detrás de esa puerta no me lo pensaba encontrar jamás. ¿Qué demonios hacía él ahí?

viernes, 11 de junio de 2010

Capítulo veintinueve.

- Me ha intentado… violar. – Comenzó a llorar muy fuerte, yo no daba crédito a sus palabras. Fer… ¿Violar? Vale que sea un capullo rompecorazones pero ¿esto? Eran palabras mayores.
- ¿¡Qué!? ¿Estás segura? A lo mejor has confundido lo que…
- ¡Joder! Te recuerdo que te ha jodido la vida. – Me interrumpió Carla. Esto me superaba. Me senté en el suelo, pensativa.
- Yo… - Comencé a hablar, pero no me salían las palabras. - ¿Qué piensas hacer?
- ¿Cómo que qué piensa hacer? Está clarísimo, denunciarlo. Así ese gilipollas pagará por todo. – Luis se había metido en la conversación, de golpe.
- Yo creo que no es para tanto… Además a ti te gusta, Carla, a lo mejor él mal interpretó la situación… - Miré a Carla, que se estaba secando las lágrimas con mucha rapidez.
- Ya bueno, yo…
- Ven aquí anda. – La abracé tiernamente. – Habla con él, te ha querido pedir perdón, eso es nuevo en él. – Reí y ella lo hizo conmigo. Luis se levantó y salió de aquella sala, pegándole patadas a todo lo que le interrumpía el paso. ¿A qué venía eso? Puse los ojos en blanco.
- Tía… ¿Por qué lo defiendes tanto? – Carla deshizo mi abrazo y me miró, esperando una respuesta coherente.
- ¿Yo? Pues, no lo sé… - Medité lentamente la pregunta que me había hecho, realmente no lo sabía… ¿Lástima quizá? Carla me miraba sin entender nada, vi algo de decepción en sus ojos.
- Aún lo quieres ¿Verdad?
- ¿Pero qué dices? ¡No! Por favor, no soy idiota ¿Sabes? – A Carla se le notaba que le gustaba muchísimo, salió una chispa de sus ojos cuando acabé esa frase.
- Vale, vale… Me alegro, con Luis se te ve muy bien, eres feliz. – Me sonrió, yo hice lo mismo.
- Sí… - Dije tímidamente. – Y tú… Te has pillado de Fer, ya te vale. – Me reí con fuerza, pero esta vez ella no me siguió.
- Esto… Yo… Después de lo de hoy… Va muy rápido ¿No crees? A mí no me gustan así…
- Conmigo jamás fue así, seguro que todavía le duraba el colocón de anoche, tranquila. Pero una cosa te digo, no vengas a llorar a mi hombro cuando te haga daño, advertida – La miré seriamente.
- Joder Sil no me digas eso, no lo puedo remediar… - Por mal que me pareciese, era así. Se había encaprichado del mayor capullo del planeta Tierra.
- Ya, bueno nos tenemos que ir, mi madre quiere enseñarme algo creo… Vete yendo para casa que ahora te sigo. – Le guiñé un ojo y ella en menos de dos segundos entendió lo que iba a hacer.
- Jajaja, vale pillina, no tardes. Despídete de Luis por mí. – Me dio un beso en la mejilla. – Y gracias. – Me sonrió y salió de la casa de Luis, sin mirar atrás.

Mi madre, la echaba de menos, quería abrazarla hasta dejarla sin respiración y contarle todo, contarle lo que me había pasado cada segundo por la cabeza en estos duros años, decirle lo mucho que la quería y pedirle perdón, perdón por todo el daño que le había provocado con mis tonterías de adolescentes. Pero nunca le pediría perdón por la muerte de Marta, jamás. Ahora sabía que yo no tenía la culpa y debía de hacérselo saber.

Me levanté del suelo y me decidí a buscar a Luis, a preguntarle el por qué de su actitud unos minutos antes. Lo busqué por todo el piso de abajo pero no lo encontré, así que subí arriba. Había tres habitaciones, pero recordé cuál de ellas era la suya. Me dirigí hacia ella y entré. Allí estaba él, sentado en una esquina de la habitación mirando hacia nadie sabe dónde.

- Me voy… tengo que hablar con mi madre y eso… - Ni se inmutó.
- Adiós. - ¿Adiós?
- ¿Qué te ha pasado antes? – Le pregunté, seria. Me acerqué un poco a él, pero no demasiado.
- Nada. – Se le veía cabreado pero no sabía por qué. Ya le había encontrado un defecto, trastorno de personalidad.
- ¡Te odio! – Le grité.
- ¿Qué? – Sus ojos se clavaron intensamente en los míos, que me mirara así provocaba un volcán en erupción en mi corazón.
- Bien ¡Por fin me miras! Ya es un paso. – Le dije sonriente.
- Tonta. – Se le escapó una pequeña sonrisa que apenas pude ver.
- En serio ¿Qué te pasa?
- Nada… sólo que odio cómo defiendes a esa rata asquerosa. Si lo ha intentado con Carla, lo hará con otras. ¿No lo entiendes?
- Créeme, él no es así. – Se levantó y yo lo imité. – Dejemos el tema. ¿Te veo después? – Esta vez si me acerqué bastante a él.
- No me apetece salir.
- Pues vengo a verte. – Podía sentir su respiración, cuando me disponía a besarle, se apartó y caminó por la habitación.
- Haz lo que quieras.
- Odio cuando te pones así, no hay quien te soporte. – Me miró de reojo.
- Si no defendieras a ese inútil no me pondría así. – Se volvió a girar. Yo salí de su habitación pero me paré en medio del pasillo. Sonreí y volví a entrar corriendo, Luis me miró sorprendido, yo le cogí de la cara y le besé con dureza, apenas cinco segundos.
- Eres un celoso, pero me encanta. – Le sonreí.
- No, yo no… - No lo dejé acabar, porque salí disparada de la habitación bajando como una loca las escaleras dispuesta a salir de allí y dispuesta, sobre todo a ver a mi madre.

domingo, 6 de junio de 2010

Capítulo veintiocho.

Luis me miró, parecía que había estado escuchando mis pensamientos porque se acercó más a mí y empezó a tocarme la cara, sus manos eran tan suaves… Yo lo miraba fijamente, no sabía que tramaba pero tenerlo tan cerca hacía que el corazón se me acelerase incontrolablemente. Me apartó un mechón de pelo de la cara y lo colocó con dulzura detrás de mi oreja izquierda. Sus labios se acercaron a los míos con algo de desesperación. El corazón se me aceleró aun más, no sabía a qué venía esto, si tenía un plan para que me volviese completamente loca, lo estaba consiguiendo. Como él no se decidía fui yo la que se acercó a besarle, pero él dio un paso hacia atrás, con una sonrisa pícara en la cara.

-¿Qué…? – Pregunté, confundida.
-Quería comprobar una cosa. – Se volvió a acercar, y yo a ponerme muy nerviosa.
-¿El qué?
-Si querías besarme… - Se acercó más, sonriendo.
-Si te pones tan cerca, es imposible no quererlo. – Le miré a los ojos y sonreí.

Le pasé los brazos por el cuello y le besé por fin, de muy buena gana, él me correspondió al segundo. Después de estar un rato así, de tonteo entre besos, volvimos al salón donde estaba Carla, ella nos miró con curiosidad, pero ninguno de nosotros articuló palabra. Nos sentamos y Luis me cogió de la mano. La película de antes seguía su curso, en una parte bastante aburrida por cierto, pero yo no la seguía a ella, tenía la cabeza en otra parte. Mi móvil vibró con la canción típica de Nokia, me sobresalté y lo cogí antes de que siguiera sonando. Carla y Luis pararon de ver la película para prestarme atención.

-¿Quién es? – Pregunté cabreada.
-Soy yo hija, por fin me lo coges. – Hice una mueca.
-¿Qué quieres?
-Te tengo un regalo.
-¿Y eso por qué?
-Te echo de menos…
-¿Qué? ¿Mamá eres tú?
-Vente a casa de tu tío dentro de media hora. – Y colgó.

No sé con qué cara me había quedado pero si sé que Luis y Carla me miraban con curiosidad y no paraban de preguntarme quién era.

-Mi madre… me echa de menos… - Sonreí abiertamente y abracé a Luis que también sonrió. Carla también me miraba sin entender nada, pero no quería contárselo. Volvió a sonar mi móvil y lo cogí ilusionada de volver a escuchar su voz.

-¿Mamá? ¡Ya voy para allá tranquila!
-¿Sil? Soy Fer… - La sonrisa se borró de mi cara.
-Ah… ¿Qué quieres?
-Hablar con Carla… no me coge el teléfono…
- Miré hacia Carla.
-Carla, es Fer y quiere hablar contigo.
-No, no, no… por favor. Dile que no, que me olvide. – Tenía un gesto de terror en la cara.
-…Mmm… vale. Fer, no quiere hablar contigo. ¿Qué le has hecho?
-Yo nada joder, siempre tengo que hacer algo ¿O qué?
-Sí, das esa impresión.
-Yo sólo quería divertirme y ella también… solo eso. – Colgó.

¿Divertirse? ¿Qué demonios habían hecho? Me levanté del sofá y me puse delante de ella, con las manos en sus rodillas. Se le empezaron a saltar las lágrimas.

-Carla… ¿Qué ha pasado?

lunes, 31 de mayo de 2010

Capítulo veintisiete.

Caminamos, sin dirigir la palabra ninguno de los dos, al menos yo tenía muchos pensamientos rondando por mi cabeza. Estábamos llegando a la entrada de mi casa cuando vimos a Carla sentada en el borde de la acera, pensativa.

-Hola Carla… ¿Dónde has dejado al energúmeno de Fer? – Ella ni me miró.
-En su casa.
-Vale… ¿Y qué haces aquí?
-No hay nadie en casa… - ¿Todavía no habían llegado? Joder ¿Se acordarán de que yo existo?
-Ah, pues esperaremos porque tampoco tengo llave. – Me senté junto a ella.
-Chicas ¿Por qué no entráis en mi casa? No hay nadie y podemos hacer lo que queramos. – Dijo amablemente Luis.
-No hace falta… - Dije yo casi en un susurro.
-¡Claro que sí! Gracias Luis, estaba esperando a que lo dijeses. – Río Carla.

Luis me miró, serio. Nos habíamos “arreglado” por decirlo de alguna manera, pero él sabía que algo en mí no marchaba bien. Sabía también que Laura lo había fastidiado mucho esa tarde, pero haría todo lo que fuese por volverme a recuperar.

Pareció ser que mi opinión no contó para nada, puesto que Luis y Carla se dirigieron hasta la casa de éste. Yo no me pensaba quedar sola, así que los seguí. Decidimos ver una peli, ninguno de los tres tenía cuerpo para fiesta. Luis puso la película que le pidió Carla, “Siete Almas”, me encantaba esa película y no sólo porque saliese el maravilloso Will Smith. Comenzamos a verla, Luis se puso a mi lado.

Yo seguía absorta en mis pensamientos, en cómo habían cambiado tanto las cosas y no podía solucionarlo. Ya no. Me sentía sola, aunque tuviera a Luis, sabía que lo perdería tarde o temprano, pero no porque yo quisiese. Tenía los ojos húmedos. No, otra vez a llorar no, pensé.

-Sil tía que todavía no ha llegado la parte de llorar. – Carla me miró, sorprendida.

Me levanté del sofá y me fui corriendo a algún sitio, cualquier sitio, total no conocía la casa. Llegué a lo que parecía ser una cocina, muy grande y bonita por cierto. Me senté en una silla de color blanco y me sequé las lágrimas por segunda vez en el día. Luis apareció por la puerta, con aspecto preocupado.

-¿Silvia me quieres contar lo que te pasa? En serio, no puedo verte llorar si no sé la razón.
-Luis… es que… no puedo más. No creas que ha sido por lo de Laura, para nada, he explotado hoy como podía haber sido otro día…
-Sil por favor cuéntame. – Se acercó a mí, y sentó en una silla delante de la mía.

Dudé un segundo, pero luego accedí. No podía hacer otra cosa, él a pesar del poco tiempo que llevábamos juntos, me conocía bastante bien, no sé cómo, pero era así. Le conté todo, todo lo feliz que era en un pasado muy lejano, y la causa de lo infeliz que era ahora, le conté lo de mi hermana y no pude evitar llorar, por tercera vez en el día. ¿Pero qué hago? Luis pensará que soy una idiota…

-Silvia yo… no me esperaba esto, lo siento muchísimo de verdad. – Me abrazó, con la fuerza y el cariño que solo él sabía.
-Gracias por estar aquí Luis, y lo siento, te pareceré una niñata llorando cada dos por tres…
-Para nada, es lo mejor que haces. Y ya verás cómo se arregla todo con tus padres. – Me secó las lágrimas con dulzura.
-Ojalá… la echo mucho de menos.

Seguimos así, abrazados, sintiéndonos el uno al otro. Tenía sed de sus besos, quería besarle y no soltarlo jamás. Era al único que le había contado mi historia, mi triste y asquerosa historia y me había ayudado mucho, había conseguido que pensase en otra cosa, que mis pensamientos solo giraran en torno a él y solo él y le estaría agradecida por el resto de mi vida. Quería amar, gritar, cantar, saltar, soñar, ser feliz… vivir la vida, y gracias a él, tenía el primer de muchos pasos conseguido.

viernes, 28 de mayo de 2010

Capítulo veintiseis.

Pero algo no me dejo seguir con mi paso. Luis, como no. Me agarró por el brazo con fuerza.

-Silvia, espera que te explique joder, Laura es de la que te hablé, la que dejé el mismo día que te conocí. Pero ella dice que es mi novia porque no quiere aceptar que lo nuestro acabó. Llevábamos cuatro años juntos ¡Cuatro! Imagínate como le sentó que no salía de su casa para nada hasta hace unos días… - Miré a mi brazo.
-Me haces daño. – Aflojó, pero no me soltó. - ¿Y por qué estabas tan nervioso teniéndola delante? – Lo miré, desafiante.
-Porque tenía la certeza de que ibas a pensar mal y no quería por nada del mundo que esto se estropease…

Solté su mano de mi brazo y me fui, él ya no vino más a parar mi camino, se lo agradecía. Tenía que pensar demasiadas cosas, quizás sus palabras fueron ciertas, quizás me decía verdad. Es más, sabía que estaba en lo cierto, lo veía en sus ojos. Por el camino sonó mi móvil. Miré el número: “Mamá”. Lo guardé otra vez en el bolsillo, tenía tantas razones para no cogerlo… Algunas de ellas habían sido las de no apoyarme, no creer en mí, no quererme…

Empecé a pensar el por qué de la rotura de mi familia, al menos por mi parte. Dos años antes, cuanto yo solo tenía quince años sucedió. Mi hermana Marta y yo estábamos en la playa, ella tendría por ese entonces tres años. Mamá, papá y Ale nos habían dejado solas ya que ellos fueron a por la comida. Marta se encontraba jugando con la arena, según ella intentaba hacer un camino que condujera hasta las estrellas, cosas de niñas. A mí me había sonado el móvil, por lo tanto me pasé un buen rato hablando sin parar. Cuando acabé, me percaté de que no oía su voz, esa voz tan aguda típica de niñas pequeñas que hace que te duelan los oídos… ¿Dónde se había metido? Me desesperé, busqué por toda la playa, corriendo como una auténtica loca. Pensé en llamar a mis padres, pero ellos se hubieran puesto peor que yo. No sabía en dónde más buscar hasta que la vi. Sentada a lo alto de una roca.

-¡Marta! ¡Baja de ahí ya!- Grité, estaba a mucha altura, las olas chocaban bruscamente contra la roca ¿Cómo se habría subido allí?
-¡Ya voy! Pero prométeme que harás el caminito hasta las estrellas…
-Sí Marta, baja. – Se levantó y fue a paso ligero hasta mí, demasiado ligero… Vi como perdió el equilibrio y se dio contra la roca.
-¡Silvia! – Se resbalaba, yo intenté subir, pero me caí al agua, cuando salí la oí llorar, sus pequeñas manos se resbalaban de la húmeda roca, guiándola hasta caer contra el mar, era demasiada altura… No podía hacer nada, no podía subir. – ¡Silvia ayúdame!

Después de dos años, esa voz tan aguda típica de niñas pequeñas que hace que te duelan los oídos aún resonaba en mi cabeza. Había muerto por mi culpa… Cada día me acordaba de ella gracias a lo mal que me trataban mis padres. Estuve meses sin salir de casa, sin ver la luz del sol… No sabía qué hacer sin ella, la necesitaba… Mis padres creían que la había dejado morir, que no hice nada para que viviera… Pero el sentimiento de impotencia que tuve en ese momento, al verla llorar…. No lo entenderían jamás. Si alguna vez tuve momentos de felicidad, ya no me acordaba y por eso ahora me los imaginaba con ella.

Me volvió a sonar el móvil y esta vez le colgué. Me di cuenta de que tenía la cara empapada en lágrimas.

-¡Silvia! ¿Por qué te has ido así? – Oí un susurro a mis espaldas.
-Tenía que… - Lo tenía delante de mí, se percató del mar de lágrimas que tenía en la cara.
-Silvia no, no quiero que llores por mí joder, te juro por lo que más quieras que no estoy con ella, por favor no llores. – Se le veía triste.
-No es por ti, estaba pensando… ¿Me das un abrazo? – Me sequé las lágrimas mientras él me abrazaba con fuerza.
-Créeme por favor Silvia…
-Te creí desde el primer momento en el que me dijiste que no estabas con ella.

Capítulo veinticinco.

Me encontraba en la avenida, en una heladería que no me acuerdo ni del nombre. Él se quedó fuera, sentado en un banco en frente de la heladería. Llevábamos horas andando, jugando, cogidos de la mano… Esa tarde me lo estaba pasando realmente bien. Luis se había puesto muy nervioso de repente y me había mandado a por unos helados, yo acepté, no quería que se estropease el momento. Salí de la heladería, hacía mucho calor… Me dirigí decidida hacia el banco, pero él no estaba allí. ¿Dónde se habrá metido? Pensé. Miré hacia todos los lados posibles y al final lo vi, apoyado en la pared de una casa, hablando con una chica, me sonaba su cara. Me fui hasta ellos.

- Tu helado. – Le dije cuando estuve a su misma altura, él se sobresaltó.
- ¡Sil! Gracias… - Aun seguía algo nervioso y no sabía por qué.- Esta es…
- Laura. – Le corté. Era una de las chicas valientes que me había presentado Fer hace unos días, solo se me había quedado su nombre de todos los que había conocido ese día, que casualidad.
- ¡Hola Silvia! – Nos dimos dos besos.
- ¿Os… conocéis? – Luis se había quedado perplejo.
- Sí… el otro día en la playa nos presentó Fer. – Dijo ella, yo asentí. Laura no paraba de agarrarle el brazo a Luis, que confianzuda…
- Ah vale…
- ¿Vosotros de que os conocéis? – Pregunté, indiscretamente.
- ¡Soy su novia! – Le dio un beso fugaz en los labios, feliz.
- ¿Qué? – No podía articular más palabra. Mi helado se me resbaló de las manos.
- Silvia, no, yo… - Lo que me faltaba, Luis también… La mayor cornuda de la historia aquí presente.
- No me lo puedo creer…

Sin pensar, comencé a reírme, no podía parar, me dolía el estómago. Luis y Laura me miraban con curiosidad, yo sólo me reía. No podía hacer otra cosa. Parecía una broma, una pesadilla…, todo menos real. Parecía que lo habían calculado todo a medida. Primero Pablo, que no me importó demasiado puesto que mis sentimientos hacia él eran menores de los que le tenía a una piedra. Luego Fer, el supuesto amor de mi vida, ese si me había dolido, me había dolido mucho. ¿Y ahora, Luis? ¿Pero qué es esto? Él más que nadie sabía lo que estaba sufriendo… hasta que por fin decidí dejarme llevar por él y sus mentirosos sentimientos. Paré de reírme, me sequé las lágrimas que me habían caído de la risa y le pegué un bofetón con todas mis ganas.

- Laura, te recomiendo que hagas tú lo mismo, por lo visto ha estado con las dos a la vez.- Laura me miró sin entender nada, las lágrimas empezaron a caerle por las mejillas, pero no hizo nada, solo se fue.
- Silvia te estás equivocando. – Luis se frotaba la parte de la cara donde le había pegado.
- ¡Qué te vayas a la mierda joder! ¡Confié en ti, pensé que eras diferente! Sabías que estaba rota por dentro y tú, aun así hiciste todo lo posible para que me liara contigo. Eres asqueroso. Tu objetivo cuál es ¿Joder a la gente hasta que no puedan más? ¡Porque lo has conseguido!
- ¡Silvia que no estoy con ella!
- Ya lo veo ya. – Me di la vuelta para irme a casa, a refugiarme.

domingo, 23 de mayo de 2010

Capítulo veinticuatro.

-Hombre Luis, tú por aquí. – Rió el estúpido de Fer.

Luis ni siquiera lo miró. Sus ojos se posaron directamente en los míos. No pude descifrar la expresión que se le había quedado en la cara. ¿Sorpresa?

-¿Qué hace él en tu casa, Silvia? – Se dignó a hablar. Su voz era neutra.
-Se ha quedado a dormir… Se encontraba mal ayer y su casa está lejos… - En ese momento apareció Carla detrás de mí.
-¡Hola Luis! – Dijo feliz.
-Hola… No entiendo nada.
-A ver tío, que me acogió en su casa, pero tranquilo que no me dirige la palabra. – Fer me miró seriamente. – Y Carla y ella ya se han perdonado, las mejores amigas siempre lo hacen ¿No?
-Supongo… ¿Te quitas de la puerta para dejarme pasar? – Dijo con tono brusco. Fer lo hizo, todavía le duraba la resaca y lo menos que quería ahora eran problemas. Luis entró, acercándose a mí.
-Por un momento creí que ibas a pensar mal…
-Iba, hasta que he escuchado la explicación. ¿Hacemos algo hoy?
-¿Una orgía? – Saltó Fer animado. Carla, Luis y yo lo miramos. – Era broma…
-¿Por qué no te largas a tu casa de una vez? – Le grité, me ponía de los nervios tener su presencia cerca.
-Sí, mejor será que te vayas, si quieres te acompaño… - Dijo Carla con su voz angelical, pobre de ella si llegaba a liarse con él.
-Vale vamos, pediremos un taxi… Silvia gracias por... todo. – Me guiñó un ojo, yo le enseñé el dedo corazón, con todo el cariño del mundo.

Carla me dio un beso en la mejilla en forma de despedida. Le susurré al oído que no se dejara llevar por ese idiota. Salieron de casa dando un portazo.

Luis me cogió por la cintura atrayéndome hacia él, me agarró la cara y me besó salvajemente, no había tenido tiempo para hacerlo con Carla y Fer allí delante.

-¿No te habrás arrepentido de nada de lo de ayer verdad? – Me preguntó, dejándome respirar después de ese beso tan largo.
-Jamás. – Sonreí.

Le dejé una nota a mi madre, como ella había hecho antes, diciéndole que salía con Luis a dar una vuelta.

No teníamos ni idea de a dónde ir. Solo sabíamos que estábamos juntos por fin, sin nadie quien nos separase. Lo quería. Me había quedado locamente pillada desde que me choqué con él hace días. De sus ojos verdes azulados que penetraban hasta lo más hondo del alma. De su magnífica risa, que hacía que cualquiera que estuviera a su lado se riera. De sus labios carnosos, que besaban apasionadamente, con amor, con locura. De todo él. Lo quería y era feliz.

Lo único que podía angustiarme en ese momento, era el saber que vivíamos en islas distintas, que dentro de apenas un mes, todo se acabaría.

Capítulo veintitres.

No sé ni porque lo había hecho pero no podía dejarlos ahí fuera. Los dos me habían hecho muchísimo daño pero una cosa tenía clara, yo no era como ellos. Entramos en mi habitación con el mayor cuidado posible, menos mal que era enorme, tenía hasta cuarto de baño. Al lado de mi cama habíamos puesto la cama donde se iba a quedar Carla. Ella se sentó con Fer en su cama y yo en la mía. Fer tenía una cara que asustaba, estaba pálido y con los ojos rojos. Verdaderamente estaba mal.

- Joder ¡Llévalo al baño, lávale la cara o algo! – Dije para romper un poco el hielo.
- Yo puedo… - Fer no acabó la frase puesto que tuvo que irse corriendo al baño a vomitar.
- Qué asco – Dije entre susurros.
- Silvia… yo… lo siento muchísimo en serio… se me fue la cabeza, no sabía lo que decía y te juro que Fer estaba mal de verdad, míralo. – Los ojos de Carla estaban ligeramente húmedos e hinchados, había estado llorando.
- Ya pero… me has decepcionado, pensé que eras mi amiga, sabías lo mal que lo estaba pasando, no debiste decir eso, ¿De veras lo piensas?
- ¡No! Silvia ¡No! Estaba enfadada porque me habías dejado de lado por Luis y dije lo primero que me vino a la cabeza, perdóname por favor.
- ¿De lado? Yo… no he hecho eso. –
- Sí lo has hecho… no podías apartar los ojos de él, tía estás pillada. – Me sonrojé. - Y bueno yo no sabía qué hacer… salí fuera y me lo encontré.
- No me di cuenta, ya me lo podrías haber dicho ¿No? – Justo en ese momento entró Fer en la habitación. Tenía mejor cara.
- No sé vosotros, pero yo tengo sueño. – Dije quitando la colcha de la cama.
- Silvia gracias. – Me sorprendió la voz de Fer a mis espaldas.
- Esto lo hago por Carla no por ti. – Carla me sonrió.
- Lo sé. Te podría decir mil y una explicaciones, además quiero hacerlo pero si no me escuchaste antes, menos lo harás ahora ¿Me equivoco?
- Para nada.
- Lo siento, Sil, de verdad… Estaba confundido y…
- Cállate ya por favor. Vamos a dormir, a ver si por lo menos a ti se te pasa el colocón que llevas.
- ¿Dónde duermo? – Se había vuelto un poco pálido otra vez.
- Conmigo no, búscate la vida, si no fuera porque tu casa está lejos, te largabas que lo sepas.
- ¡Joder si quieres me voy!
- Por mí encantada. – Me metí en la cama y me tapé.
- Chicos parad ya, Fer en mi cama no cabes lo siento… Duerme en la alfombra, si quieres te doy mi almohada.
- Gracias Carla. – Dijo echándome una mirada con rabia.
Se acostó en el suelo y casi al momento se durmió. Iba a apagar la luz cuando empezó a roncar. Carla y yo nos miramos y empezamos a reírnos como locas. Ella se pasó a mi cama y me abrazó.
- Tía tienes que perdonarme, sabes que no soy así. – Dijo susurrando.
- Mmm… me lo pensaré. – Susurré haciéndome la dura.
- Venga por fa…

Empezó a hacerme cosquillas y yo no paraba de reírme y patalear hasta que se oyó un ruido. Paramos, nos miramos y ella se fue hacia Fer para taparle la boca o lo que fuera, yo apagué la luz y me tapé. Se abrió la puerta, noté que una presencia se acercaba, pero luego se fue, cerrando consigo la puerta. Carla y yo suspiramos aliviadas, decidimos que a las cinco de la mañana no es buena hora para estar jugando. Carla se metió en su cama y al poco rato nos quedamos dormidas.

Diez de Julio del dos mil nueve.
Nos despertamos a eso de las dos del medio día. Mi madre por suerte se había ido temprano y había dejado una nota. Fer tenía una resaca de tres pares de narices. Carla y yo nos cambiamos de ropa, nos arreglamos, Fer solo pudo hacer esto último y después comimos algo. Sonó el timbre de la puerta, iba de camino a abrir la puerta cuando Fer se me adelantó para abrirla él. Era Luis.

Capítulo veintidos.

Me había dejado atónita, no sé cómo pero había conseguido que quisiera repetir ese beso mil veces. Volvía a sentir las punzadas en mi estómago, pero no por Fer, sino por él. Solo él. ¿Me estaba enamorando?

Con Fer solo quise recordar lo bien que me lo pasaba con él, me enamoré de sus ojos, su belleza, su estúpido carácter… Pero él nunca se había enamorado de mí. Fui una tonta por creer que sí, ni siquiera me lo demostraba. Tantas tardes besándonos... sólo eso, besos y más besos sin ningún significado. Con Luis era diferente, me hacía feliz, lo único que necesitaba, ser feliz. Y encima me daba aquellos besos que me dejaban sin respiración, llenos de sonrisas entre ellos…

Me di cuenta de esto cuando abría la puerta de mi casa y giraba la cabeza hacia atrás para comprobar que Luis seguía ahí sonriéndome, y así era. No quería separarme de él por nada… pero si mi madre se daba cuenta de que no estaba, podía ser que me matase. Le di un beso volado y entré. Intenté no hacer ruido para no despertar a nadie puesto que eran las cuatro de la mañana. Fui recta hasta mi habitación pero me tropecé de lleno con algo y caí al suelo. ¿Pero qué demonios? De repente se encendió la luz. Mi madre salió de entre las sombras, daba miedo.

- ¿Dónde estabas? – Tenía una cara de sueño que no podía con ella ¿Me había estado esperando?
- En el bar que te dije… Y no sé dónde se ha metido Carla, he tardado tanto por estar buscándola. – Mentí, se me daba tan bien…
- ¡Encima eso! Te estado esperando y como no volvías, pensaba que te había pasado… ¡A saber qué cosas!
- Mamá, has esperado porque te ha dado la gana. Tengo diecisiete años ¿Recuerdas? ¡Libertad! – Le puse una mueca.
- No me hables así, te lo tengo dicho.
- Voy a dormir que tengo sueño – Me levanté del suelo y seguí hasta mi habitación.
- No he acabado… ¿Quién es el chico con él que estabas achuchándote? – Mierda, interrogatorio.
- Luis…
- ¿Y Fer?
- No existe. Mamá por favor pregunta mañana que tengo sueño.
- De acuerdo. ¿Carla entonces no viene a dormir?
- Supongo que no, ya tiene otra persona con quién quedarse.

Me fui hasta la habitación, me quité la ropa y me duché. Me puse el pijama y me tiré de cabeza en la cama. Cuando ya estaba pillando el sueño me llegó un sms.

Ponía “Ábreme”, de Carla. Ya estaba tardando. Fui hacia la puerta y la abrí. No vi a nadie ¿Encima vacilando? Ya estaba cerrando la puerta cuando oí unos ruidos detrás de los árboles. Me dirigí hacia allí y vi a Carla agarrando a alguien, este no paraba de vomitar.

- Ayúdame por favor, no sé lo que se ha metido y no sé dónde está su casa. – El otro paró de vomitar por un segundo y miró hacia mí, después volvió a vomitar. Era Fer.
- ¿Quieres que se quede con nosotras? – La miré con cara de asco.
- ¿Y qué quieres, qué lo deje aquí fuera?
- Es verdad, no me acordaba que te da pena, pobrecito. – Dije con voz de niña. Fer y Carla me miraron con cara de súplica. – Venga vamos, sin hacer ruido si no quieres que mi madre te mate y después me mate a mí.

Capítulo veintiuno.

Luis y yo nos pasamos toda la noche bailando y riéndonos. Después de todo, estaba feliz, porque me había dado cuenta de que Fer no merecía verme ni una sola gota de tristeza, me había dado una lección, tenía que agradecérselo y además ahora estaba Luis, que no sabía si éramos “novios”, amigos con derecho a roce o no sé… De eso ya me preocuparía otro día, ahora solo podía sentir la música.

- ¿Te lo pasas bien? – Luis interrumpió mis pensamientos.
- ¡De puta madre! – La verdad es que había bebido un poco.
- Me alegro preciosa, ya es un poco tarde ¿No crees?
- ¿Qué hora es?
- Las tres y media…
- ¡Hostia! ¿Por qué no me has avisado? Le dije a mi madre que estaría pronto en casa con…
- ¿Con?
- ¿Dónde está Carla?
- Pues… hace un buen rato que no la veo – Los dos miramos hacia atrás, derecha e izquierda y no la veíamos por ningún lado.
- A lo mejor está fuera… vamos.

Me despedí de la gente que había conocido esa noche y salimos por la puerta. Lo primero que vi fue a Fer, Dios… ¿Me lo tenía que encontrar en todas partes? Además estaba con una chica, no sentí la frecuente punzada en el estómago, iba por buen camino. Me dispuse a seguir buscando a mi amiga cuando alguien chilló mi nombre, esa voz tan aguda no podía ser otra que de Carla.

- ¡Silvia! ¡Tía estás sorda eh!
- Te estaba buscando, es tardísimo ¿Dónde estabas?
- Pues… con Fer, es que está muy mal, te has pasado diciéndole de todo.
- ¡¿Qué?! ¿Pero de qué hablas? ¿Tú sabes todo el daño que me ha hecho ese imbécil? No me puedo creer que hayas caído en sus redes. – Estaba gritando como una histérica.
- Solo lo estaba consolando, me daba pena ¿Vale?
- ¿Y yo qué? Tú más que nadie deberías saber todo lo que sufrido. – Notaba mis ojos húmedos, otra vez.
- Pues mucho no creo, liándote con Luis al día siguiente. – No daba crédito a sus palabras ¿Cómo se atrevía?
- Pero… ¿Qué dices? Yo me lié con él antes de volver a estar con Fer, si no sabes de qué hablas, mejor cállate. ¿Y a ti te llaman amiga? Vete a la mierda con él, bonita.

Y me largué, cogiendo del brazo a Luis, que había estado escuchando toda la conversación al igual que Fer. ¿Cómo le había comido el cerebro tan rápido? Carla, precisamente a ella, mi mejor amiga desde los siete años, la que siempre me hacía sonreír en los malos momentos, igual que yo a ella, la que siempre me ayudaba en todo lo que era posible, parece ser que de eso no se trata la amistad, tengo un concepto equivocado al igual que la palabra “amor”. Cuando me di cuenta, estaba llorando como una magdalena y Luis abrazándome. Sólo me quedaba él en el mundo, aparte de mi familia, que jamás me ayudaban en nada.

- No me puedo creer lo que te ha hecho… – Luis estaba tan sorprendido como yo.
- Yo menos. – Dije entre sollozos. – Cada vez me queda menos gente, lo siento si te hago algo sin darme cuenta…
- No seas boba, ellos son unos niñatos que no saben lo que se pierden. Y además puedes hacerme el daño que te de la ganas que yo siempre te querré igual. – ¡Qué mono! Realmente Luis conseguía hacerme sonreír pero aún así no sabía que responder…
- ¿Y si me lío con tu abuelo me seguirás queriendo? – Le puse una cara pícara.
- Joder Sil… - Nos empezamos a reír de buena gana y seguimos caminando – Sí, te seguiría queriendo. – Lo miré y le sonreí.
- ¿Sabes qué? Me estás empezando a gustar un poquitín… - Mentí, me gustaba desde hacía tiempo, me sonrojé.
- ¡¿En serio?! Ya era hora, ¡No sabía qué más hacer! – Volvimos a reír.
- ¿Ya tienes un plan para hacerme olvidar del todo?
- Mmm no, pero me encanta hacerte reír ¿Eso cuenta?
- Bastante… Eres el único que lo hace últimamente.
- Entonces voy bien – Sonrió, orgulloso. -¿Si te beso, te dejarías? – De repente nos paramos y él se acercó a mí, qué bien olía.
- No sería el primero. – Yo también me acerqué.
- Ni tampoco el último. – Y me besó apasionadamente, esta vez de verdad, como nunca lo había hecho antes.