viernes, 2 de julio de 2010

Capítulo treinta y seis.

Once de Julio del dos mil nueve.

Dos y media de la tarde. Aire frío. Me sentía muy débil. Intenté abrir los ojos pero me pesaban los párpados. Parecía que me había pasado un camión por encima porque al principio no me podía ni mover. Lo conseguí. Abrí los ojos y me levanté, no me acordaba de absolutamente nada, me levanté de la cama y cerré la ventana. Adiós al aire frío. Me volví a sentar, ¿qué he hecho?, pensé. No estaban mis zapatos por ninguna parte, miré mis pies por debajo y vi que tenía múltiples heridas en ellos. Tenía la misma ropa con la que había salido la noche anterior y el maquillaje corrido por toda la cara, estaba horrible. Me lavé la cara. Vi mi móvil en la cama y lo cogí, una voz hablaba a través del teléfono.

“Para volver a escuchar el mensaje pulse uno…”. Era la operadora, inmediatamente pulsé uno.

“Sil, siento no haberte llamado ni nada pero es que estoy en el hospital, no puedo hablar, tengo que colgar, ya te contaré, te quiero”.

-¡Oh mierda ya me acuerdo! ¡Luis! – Dije en voz alta, me metí el móvil en el bolsillo, cogí unos zapatos y salí de mi habitación a prisa, hacia la cocina.

Sentía que la cabeza me iba a estallar. Cogí dos aspirinas y me las tomé. Espero que esto ayude, pensé.

-Cariño ¡por fin despierta! – Una voz sonó a mis espaldas, di un salto y la miré.
-¡Joder mamá no me des estos sustos! – Me volví a girar para tomarme un vaso de agua.
-Lo siento. – Rió. – Tengo que decirte algo…
-Mamá ahora no, tienes que llevarme al hospital.
-¿Qué? ¿Por qué? ¿Te pasa algo?
-No mamá, es Luis… me ha llamado y me ha dicho que está en el hospital. Por favor, ¿puedes llevarme?
-Claro hija, vamos.

Salimos fuera y miré hacia la ventana de Luis, llena de esperanza de que él estuviera allí y no en el hospital, pero no, lo único que vi fue un hueco enorme en la ventana rota. Me empezaron a invadir vagamente los recuerdos de la noche anterior, y me arrepentí de ellos.

Mi madre y yo nos subimos al coche de mi tío rápidamente y arrancó. El hospital más cerca de donde vivíamos estaba a media hora en coche, mucho tiempo. Me relajé en el incómodo asiento del coche y me puse a pensar. ¿Qué le habría pasado a Luis? Yo me enfadé con él, hasta le rompí la ventana de su habitación pensando que me había dejado plantada mientras él estaba en el hospital, tratando de localizarme y avisarme de donde estaba. Me sentí mal. Una mierda, más bien. Busqué en los bolsillos de la falda con la esperanza de que allí hubiera algo que me hiciese recordar.

Y en efecto, había algo, pero no sabía si ese era el mejor recuerdo que quería saber. Encontré un papel parecido a una servilleta en el bolsillo derecho de la falda, lo abrí y había una nota en él. La letra era inconfundible. Volví a cerrarlo, fuera lo que fuese viniendo de él seguro que había pasado algo malo… Pero tenía que recordar mis consecuencias del alcohol, saber que había hecho. Abrí el papel de nuevo y leí firme.

“Te escribo esta nota para hacerte recordar el impresionante beso que me dejaste dar en tus potentes labios en esta noche loca. PD: tómate una aspirina para la resaca. Fer”.

-¡Espero que sea broma! – Exclamé.
-¿El qué Silvia? – Mi madre me miraba extrañada.
-Nada mamá, pensaba en voz alta. – Le sonreí falsamente y volví a la nota.

¿Me habrá besado de verdad?, pensé. Me llevé dos dedos hasta mis labios. Me hubiera acordado ¿no? Y más si fue él… ¿Pero qué digo?, sacudí la cabeza con fuerza pero me arrepentí al instante porque el dolor se hizo más fuerte. Es Fer, pensé, el asqueroso de Fer, que se vaya por ahí con su noviecita Carla. Tenía que dejarle las cosas claras a ese imbécil. Me volví a meter el papel en el bolsillo.

Sin darme cuenta ya habíamos llegado al hospital y mi madre aparcaba el coche en un hueco libre que había en el aparcamiento. Según paró el motor del coche, salí disparada hacia la entrada del hospital. Iba directamente a entrar por la puerta cuando lo vi. Estaba sentado en un banco con la cara hundida en sus manos. Triste. Me aproximé hacia él despacio y cuando ya estaba a tan solo dos metros de él, me miró. Tenía los ojos rojos de llorar. Pero si él estaba bien, ¿qué hacía allí? Se levantó del banco y corrió a abrazarme y yo lo correspondí con fuerza.

-Pensé que no vendrías nunca. – Su voz era totalmente neutra.
-Lo siento, yo pensaba que tú… Y yo me enfadé y… Pero al final me enteré… tengo que contarte muchas cosas.- Conseguí decir.
-Vale, es mi abuelo, ha entrado en coma.

Comenzó a llorar, verle llorar hacía que se me rompiera el corazón en mil pedazos. Podía sentir su dolor, abrazado a mí.

-Lo siento muchísimo de verdad, ya verás como sale de esta. – Intenté calmarle sonriéndole forzadamente. Me sentí una mierda otra vez por todo lo que había hecho la noche anterior, pero sobre todo por el supuesto beso de Fer.

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