miércoles, 23 de junio de 2010

Capítulo treinta y tres.

Permanecimos un rato sin articular palabra, abrazados. Pensé en el tiempo. Se suele decir que el tiempo es un suspiro, que pasa muy deprisa o que la vida se vive antes de que quieras darte cuenta. Cuánta razón. Me quedaban apenas dos meses… Dos meses intentando ser feliz sólo con él. Después todo volvería a la normalidad, la rutina. Sin nadie a quién contarle mi amargura, sin amiga.

Quería ser feliz, gritar a los cuatro vientos que era feliz y que nadie podía hacer nada para cambiarlo. Pero cuando conseguía el primer paso para serlo, alguien siempre aparecía rompiendo todos mis esquemas, llevándose todo por delante.Luis me hizo despertar de mis pensamientos. Se separó de mí un poco, pero sin soltarme.

-No sé si es momento para decirlo y tampoco sé si es muy pronto, pero sí sé lo que siento. – Se paró de repente.
-¿Qué…? No me asustes. – Me sorprendí ante la seriedad de sus palabras.
-Que te quiero Silvia, es eso. Que me duele muchísimo verte así, que parece que alguien está programando tu vida para fastidiártela, pero yo quiero verte feliz Sil, quiero ver esa tímida sonrisa como la vi él día en el que nos chocamos. – Se me había saltado una pequeña lágrima, pero Luis la cogió al vuelo. – ¡No quiero verte más llorar a menos que sea de alegría! – Reímos.
-Ahora lo hago, te quiero Luis, muchísimo. Haces que un día como hoy, se me olvide todo lo de Pablo, Carla… en fin, ¡te quiero! – Sonrió y me besó en la nariz con dulzura.

No pude aguantar más, le besé con lentitud, disfrutándolo. Él me cogió por la cintura y los dos nos fundimos en ese largo beso.

-¿Silvia…? Llevo un largo rato llamándote. – Una voz se oyó detrás de nosotros. Nos separamos rápidamente, avergonzados.
-¿Mamá? No te había oído…
-Ya me he dado cuenta. – Sonrió ampliamente. – Venga, a cenar.
-Ya voy… - Vimos como mi madre volvía a entrar en casa.
-¿Sabe lo nuestro? – Me preguntó Luis.
-Sí… se lo contó Carla… - Bajé la voz al pronunciar su nombre.

El hueco vacío que me había dejado Carla, por así llamarlo, era muy reciente. Le había dicho a Carla que me lo pensaría, ¿pensar en qué? ¿En el daño que me había hecho? No, tenía que olvidarla, fuera como fuese, tenía que hacerlo.

-¿Y se lo ha tomado bien? – Luis me miraba con sus ojazos verdes, me hipnotizaban.
-Esto… sí, después de que hemos hecho las “paces”, está todo bien. – Sonreí.
-Me alegro mucho, guapa. ¿Ves? No todo te va tan mal…
-Ya, al menos ahora tengo familia otra vez, y a ti. – Me dio un piquito dulce. – Me tengo que ir a cenar.
-Jo… ¿me visitas después? – Puso una carita de pena…
-Me tendré que escapar… ¿Y si nos vamos de fiesta por la playa? – Propuse feliz. – Así conozco gente.
-Bueno vale… Te llamo dentro de media hora, ¡vete ya! – Me besó y me soltó.

Me fui hasta la puerta de la casa de mi tío corriendo. Miré atrás y allí estaba él, mirándome con una de sus mejores sonrisas. Le dije adiós con la mano y entré en casa. Estaban todos en la mesa cenando cuando llegué a la cocina. Me senté en la silla vacía y miré el plato que tenía delante: albóndigas. Me encantaban las albóndigas, y más cómo las hacía mi madre, así, tan jugosas… En la mesa se hizo el silencio rotundo por primera vez en las vacaciones. Nada de risas ni de bromas, hasta que mi madre se dignó a romperlo.

-Cariño siento lo de tu amiga Carla, de verdad, no me esperaba para nada que te hiciese eso… - Se la veía preocupada.
-Ni yo, no me queda ninguna amiga mamá.
-No digas eso, ¡tienes muchas! Además aquí harás más, ya verás.
-Sí ya veré, gracias. – Le sonreí, para que se tranquilizase.

Esa fue la única conversación en la cena. Ale seguía enfadado por lo que yo le había dicho antes, ya le pediría perdón en otro momento. Jorge no lo sé, pero casi nunca dirigía la palabra. Y mi madre tenía mejores cosas en las que pensar, por ejemplo, dónde estaría mi padre en ese momento.

Salí de la cocina al acabar de lavar todos los platos y me dirigí hasta el salón. Mi madre estaba allí, viendo la tele. El momento perfecto.

-Mamá ¿puedo salir esta noche con Luis? No llegaré tarde. – Mi madre me miró y asintió.
-Claro Silvia, además te hace falta, ¡diviértete!

Me quedé en estado de shock. Qué fácil ¿no? Esto de la reconciliación fue buena idea, pensé.

-Gracias. – Le susurré en voz baja, tanto que ni siquiera me oyó.

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