viernes, 28 de mayo de 2010

Capítulo veintiseis.

Pero algo no me dejo seguir con mi paso. Luis, como no. Me agarró por el brazo con fuerza.

-Silvia, espera que te explique joder, Laura es de la que te hablé, la que dejé el mismo día que te conocí. Pero ella dice que es mi novia porque no quiere aceptar que lo nuestro acabó. Llevábamos cuatro años juntos ¡Cuatro! Imagínate como le sentó que no salía de su casa para nada hasta hace unos días… - Miré a mi brazo.
-Me haces daño. – Aflojó, pero no me soltó. - ¿Y por qué estabas tan nervioso teniéndola delante? – Lo miré, desafiante.
-Porque tenía la certeza de que ibas a pensar mal y no quería por nada del mundo que esto se estropease…

Solté su mano de mi brazo y me fui, él ya no vino más a parar mi camino, se lo agradecía. Tenía que pensar demasiadas cosas, quizás sus palabras fueron ciertas, quizás me decía verdad. Es más, sabía que estaba en lo cierto, lo veía en sus ojos. Por el camino sonó mi móvil. Miré el número: “Mamá”. Lo guardé otra vez en el bolsillo, tenía tantas razones para no cogerlo… Algunas de ellas habían sido las de no apoyarme, no creer en mí, no quererme…

Empecé a pensar el por qué de la rotura de mi familia, al menos por mi parte. Dos años antes, cuanto yo solo tenía quince años sucedió. Mi hermana Marta y yo estábamos en la playa, ella tendría por ese entonces tres años. Mamá, papá y Ale nos habían dejado solas ya que ellos fueron a por la comida. Marta se encontraba jugando con la arena, según ella intentaba hacer un camino que condujera hasta las estrellas, cosas de niñas. A mí me había sonado el móvil, por lo tanto me pasé un buen rato hablando sin parar. Cuando acabé, me percaté de que no oía su voz, esa voz tan aguda típica de niñas pequeñas que hace que te duelan los oídos… ¿Dónde se había metido? Me desesperé, busqué por toda la playa, corriendo como una auténtica loca. Pensé en llamar a mis padres, pero ellos se hubieran puesto peor que yo. No sabía en dónde más buscar hasta que la vi. Sentada a lo alto de una roca.

-¡Marta! ¡Baja de ahí ya!- Grité, estaba a mucha altura, las olas chocaban bruscamente contra la roca ¿Cómo se habría subido allí?
-¡Ya voy! Pero prométeme que harás el caminito hasta las estrellas…
-Sí Marta, baja. – Se levantó y fue a paso ligero hasta mí, demasiado ligero… Vi como perdió el equilibrio y se dio contra la roca.
-¡Silvia! – Se resbalaba, yo intenté subir, pero me caí al agua, cuando salí la oí llorar, sus pequeñas manos se resbalaban de la húmeda roca, guiándola hasta caer contra el mar, era demasiada altura… No podía hacer nada, no podía subir. – ¡Silvia ayúdame!

Después de dos años, esa voz tan aguda típica de niñas pequeñas que hace que te duelan los oídos aún resonaba en mi cabeza. Había muerto por mi culpa… Cada día me acordaba de ella gracias a lo mal que me trataban mis padres. Estuve meses sin salir de casa, sin ver la luz del sol… No sabía qué hacer sin ella, la necesitaba… Mis padres creían que la había dejado morir, que no hice nada para que viviera… Pero el sentimiento de impotencia que tuve en ese momento, al verla llorar…. No lo entenderían jamás. Si alguna vez tuve momentos de felicidad, ya no me acordaba y por eso ahora me los imaginaba con ella.

Me volvió a sonar el móvil y esta vez le colgué. Me di cuenta de que tenía la cara empapada en lágrimas.

-¡Silvia! ¿Por qué te has ido así? – Oí un susurro a mis espaldas.
-Tenía que… - Lo tenía delante de mí, se percató del mar de lágrimas que tenía en la cara.
-Silvia no, no quiero que llores por mí joder, te juro por lo que más quieras que no estoy con ella, por favor no llores. – Se le veía triste.
-No es por ti, estaba pensando… ¿Me das un abrazo? – Me sequé las lágrimas mientras él me abrazaba con fuerza.
-Créeme por favor Silvia…
-Te creí desde el primer momento en el que me dijiste que no estabas con ella.

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